Me impresionan algunas pocas dedicatorias célebres. Pienso, por ejemplo, en la que escribió Rubén Bonifaz Nuño, para su libro El manto y la corona que, palabras aparte, es desgarradora. Salta inmediatamente a la memoria la satírica dedicatoria que ofreció Camilo José Cela en su novela La familia de Pascual Duarte. La infinita, que se recompone con cada libro que escribe Vila-Matas y que nunca falta en sus publicaciones. Sin embargo, una que me parece especialmente significativa y que, además, se nos presenta pertinente para este breve texto es la que escribe, a casi 70 años de su publicación, Carlos Fuentes, en su novela Las buenas conciencias y dedica con gran admiración a Luis Buñuel. “A Luis Buñuel, gran artista de nuestro tiempo, gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana”.
Carlos Fuentes no encierra, ciertamente, ningún secreto en su dedicatoria, al contrario, evoca a uno de los fieles retratistas críticos de la “buena sociedad”. Todo está lo bastante claro para entender cuál fue una de las referencias de Fuentes que ayudaron a componer esta novela. El autor nos invita, desde su breve dedicatoria, a mirar y adentrarnos en la poética de un creador que fue responsable de dinamitar la tranquilidad de las conciencias durante el siglo XX. Basta con que nos vayamos años atrás, en la filmografía de Buñuel, para percatarnos de la habilidad del aragonés para convertirse en un paladín de las malas conciencias, de la complejidad del ser humano, de sus grietas e intersticios, de cómo fue observador y analista de la miseria, de la imposibilidad de estar mejor y de toda la energía que nos constituye. Según Fuentes, Buñuel fue un destructor de las conciencias tranquilas. Es cierto, fue capaz de arrebatarle el sosiego a quienes veían sus filmes. No obstante, siempre que se quita algo, otra cosa permanece. Quien se considere destructor, siempre termina siendo creador; ya sea del vacío, la ausencia o el silencio, así como de maravillosas estructuras o enormes edificaciones.
Pienso, acotando esta idea, que todo significa. Cuando los vagabundos de la película Viridiana se sientan a cenar en el comedor de la casa grande, Buñuel destruye las buenas conciencias y planta la semilla de que, quizá, la caridad religiosa es imbécil e ineficaz.
Cuando Jaime Ceballos, personaje de Fuentes, traba estrecha amistad con Juan Manuel Lorenzo, Carlos Fuentes nos está diciendo que las relaciones humanas son complejas y sale sobrando, obviamente, la posición económica. Fuentes está molestando a las buenas conciencias. Las buenas conciencias carecen de direccionales, su automóvil se queda siempre en espera, frente a una luz roja de semáforo infinita.
Pensamos en el cortometraje Las Hurdes, tierra sin pan (1933), donde Buñuel retrata la vida de una comunidad asentada en una región montañosa de Extremadura. Lo importante del cortometraje es ser observadores de una vida fugaz. En Las Hurdes hay muy poca esperanza o ninguna, por eso sus pobladores tienen que buscar trabajo en otro sitio, parecería que la tierra misma está maldita. Buñuel dinamita, así, la tranquilidad de los hogares bien asentados en ciudades. Desestabiliza la comodidad recordándole a quien mira tranquilo una película, que la modernidad no fue ecuánime en muchos aspectos y que la marginación existe. Buñuel es especialmente cuidadoso en que el espectador no se ponga cómodo y lo logra con escenas violentas y provocadoras. Aunque dura 30 minutos, la cinta es densa y nos pone en otro rol como espectadores. Nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad. Nos transforma en espectadores activos. En fin, el objetivo de esta columna es intentar trazar un comentario sobre las buenas conciencias, las nuevas buenas conciencias y no precisamente sobre aquellas Hurdes.
Carlos Fuentes planeó y combatió las buenas conciencias durante su vida porque sabía de cierto que esas buenas conciencias no eran más que óxido, el cual corroía, y hasta la fecha lo hace, la sinceridad del espíritu humano. Las buenas conciencias, la obediencia, la apariencia, lo que debería ser, lo religioso, el dogma, “los buenos”, “los morales”, son elementos que deforman las aspiraciones honestas de las personas: al final, Jaime Ceballos, muy a su pesar, será un alumno excelente de leyes porque se supone que eso debería de ser. Ahora bien, quizá sea importante que nos preguntemos qué es ese óxido que merma nuestro espíritu en este siglo.
Siguen siendo las mismas cosas, solamente que se presentan con nuevas envolturas. Eso, al mismo tiempo que me desalienta, me alivia, pues no tendremos que empezar de nuevo el camino para combatir a las buenas conciencias y sus terribles cicatrices. Me consuela saber que ha habido otras personas que escribieron y dieron su batalla para deshacerse de este óxido que anula la sinceridad y originalidad del ser humano. Finalmente, que cada quien goce su síntoma en el discurso renovado (o no) del discreto encanto de su burguesía.
MANCHAMANTELES
Mañana cumpliría nuestro “Gabo” 92 años y el próximo mes ya se verán 5 años de su ausencia física, porque ausente nunca estará, como tampoco sus mariposas amarillas. Buñuel y García Márquez fueron dos genios para mezclar lo real con lo imaginario. Márquez en Macondo, Buñuel en Un perro andaluz, donde se puede apreciar a dos burros muertos postrados sobre un piano.
Conversación entre Plinio Apuleyo Mendoza y García Márquez, compilada en El olor de la guayaba:
* Pero la historia siguió dándote vueltas en la cabeza.
* Unos quince años más. Pero no encontraba el tono que me la hiciera creíble a mí mismo. Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, tuve la revelación: debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre para conocer el hielo.
* Una historia lineal.
* Una historia lineal donde con toda inocencia lo extraordinario entrara en lo cotidiano.
* ¿Es cierto que diste media vuelta en la carretera y te pusiste a escribirla?
* Es cierto, nunca llegué a Acapulco.
NARCISO EL OBSCENO
García Márquez trasciende el ego varonil y su narcisismo y muestra el deseo de un cuerpo que no sólo sabe dar placer, sino que también conoce su vulgar intimidad. Un golpe al falogocentrismo del que hablara Derrida en La farmacia de Platón (1969). “Ella sonrió, se volteó hacia mí con un escorzo de gacela y se me mostró de cuerpo entero […] Nunca imaginé que pudiera ver algo más perturbador en lo que me faltaba de vida, y hoy puedo dar fe de que tuve razón.” Memorias de mis putas tristes, Gabriel García Márquez.