El peor insulto para los mexicanos -decía Octavio Paz- es el de ser “hijos de la chingada”, es decir, descendientes de La Malinche y demás mujeres indígenas que se entregaron a los brazos de los conquistadores, cuyos embarazos dieron origen al mestizaje.
Desde la caída de Tenochtitlán en agosto de 1521 hasta hoy, el tema suscita encono, odio y complejos en ambos bandos, como si pudiera a estas alturas haber un México contemporáneo, sin la herencia tanto indígena como hispana que nos dio vida. Pareciera como si los mexicanos creciéramos entre el parricidio y el matricidio.
El capítulo más reciente de esa tragicomedia es el personificado por el güerito Goyri contra la morenita Yalitza, episodio, por cierto, que debiera hacer reflexionar a los egocéntricos, quienes con tal de pavonearse en las redes sociales, son capaces de subir cualquier selfie sin detenerse a reflexionar en lo que están publicando. En este caso no sé si el exabrupto le cueste el matrimonio al polémico actor, pero por lo pronto le ha ocasionado una herida profunda a su reputación.
Siendo un episodio estridente, no es el único ni el más grave. Hay otra confrontación mucho más trascendente: la de los fifís y los chairos, que si se nos va de las manos, podría hundir a México en otra guerra de castas.
Esta reflexión que hago obedece a que en los últimos días he enfrentado la furia de varios amigos por mis análisis políticos. Gente cuerda que aprecio, pero que me mostró su faceta histérica al encontrar en mis textos un respaldo a la mentada 4T, o bien una crítica a la misma.
He aclarado varias veces que no soy chairo ni fifí (en lo personal rechazo esas etiquetas aunque ayudan a definir ambas posturas), y que en mis análisis busco encontrar un punto medio.
Lo destacable -para mí- de todo esto, es la desunión que se sigue incubando, el odio, la discordia, el enfrentamiento social, ideológico y clasista.
Me parecen reprobables lo mismo los militantes irracionales de un lado que los del otro, pues ambos están renunciando a su libre albedrío, al análisis, a tolerar al que piensa diferente. Los unos consideran a Andrés Manuel un relevo de Jesucristo, los otros lo ubican en el bando satánico.
Todo esto me recuerda a la parábola de El alacrán y el sapo, donde aquél acaba picando a medio río a éste, a pesar de haberle hecho el favor de darle aventón para cruzar el caudal. “Lo siento -dice el asesino conforme se ahogan- pero actué según mi naturaleza”.
Así estamos los mexicanos, sin reparar que somos una misma nación, con un mismo origen y destino. Lo que pase entre Tijuana y Tapachula nos compete a todos por igual.
Uno de mis amigos antipejistas me reclamaba que AMLO está atentando contra la rentabilidad del país y que sin generación de riqueza no habrá mejoría social sostenible en el tiempo. Como principal ejemplo señaló que repartir dinero entre los pobres es improductivo y constituye un populismo cuasi bolchevique.
En otras palabras mi amigo, como muchos otros, piensa que la solución radica en que las fuerzas del mercado actúen libremente (igualito que lo dicho por el PRIAN entre 1983 y 2018). Lo que se les olvida a esos neoliberales puros es que las desigualdades, el agandalle y la corrupción crecieron exponencialmente, precisamente debido a que el Estado renunció a regular a los factores de la producción (muchos organismos autónomos son quimeras).
Repartir dinero no es un asunto necesariamente clientelar sino que responde al HAMBRE de millones, que no tienen qué comer y que no pueden esperar más años a que el mercado se “autoregule”.
Del otro lado, me parece que la pluralidad que hubo en el Senado al aprobar la Guardia Nacional la semana pasada, debiera ser un incentivo para que la 4T y su líder fomenten, toleren y escuchen la diversidad de nuestro México querido, que a todos nos pertenece. No estereotipemos. Ni Goyris ni Yalitzas, ni chairos ni fifís. Somos un sólo México.
@rodriguezrraul