jueves 21 noviembre, 2024
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COLUMNAS GILDA MELGAR

«DOLCE ÁLTER EGO»: Toscana mía I. -Florencia-

 

La noche de nuestra llegada al hostal Opera Boutique B&B, sobre la Vía Lorenzo Il Magnífico, nuestra anfitriona, Francesca, nos recibió con una botella de Pinot Grigio en la habitación. Los exquisitos dulces “gelatina di fruta” que más tarde hallé bajo la almohada, también auguraron que nuestro paseo por la Toscana iba a ser inolvidable.

Aunque pasaban de las 21:00 horas y estábamos cansados, también arribamos hambrientos y ansiosos por conocer la ciudad y sus monumentos “Patrimonio de la Humanidad”. Así que nos dirigimos con prisa hacia la majestuosa Piazza del Duomo y tras una rápida vista a los restaurantes aledaños al Battisterio di San Giovanni, nos decidimos por Il Daviddino. Una encantadora pizzería-bar de cocina tradicional toscana y etrusca en la que devoramos un sedoso “Rissotto frutti di mare”, una clásica “Lasagna” y algunos vegetales rostizados con queso provolone. Obviamente todo acompañado con copas de Chianti para nuestro primer brindis florentino.

A la mañana siguiente, las viandas dispuestas para el desayuno de los huéspedes en el Opera Boutique parecían decirnos en voz alta “¡Bienvenidos a Florencia!”: frutas de verano, jugos, quesos, salamis, prosciutto, Cantucci, Crostata di marmellata, semillas de girasol, capuchinos, café espresso y otras delicias locales nos esperaban desde temprano, listas para ser disfrutadas en mesas decoradas con flores y porcelana blanquiazul.

Desafortunadamente no pudimos gozar con calma las viandas de Francesca, pues el anfitrión de la experiencia más significativa de nuestra estancia en Florencia nos esperaba ya cerca del mercado central.

Isak, un chef californiano –portavoz de Taste Italy– y Carmela, una simpática cocinera italiana, nos enseñaron a preparar y disfrutar los auténticos sabores a través de su “Clase de cocina y almuerzo toscano”, calificada recientemente por Trip Advisor como la “Mejor experiencia de viaje 2018”.

Un increíble tour gastronómico que inicia con las compras de los ingredientes en el mercado central de Florencia, construido con hierro forjado y cristales en 1874. Pan, queso, tomates, cerdo, hierbas, embutidos, aceites y vinagres fueron algunos de los productos que Isak compró, explicó y nos dio a probar antes de que una camioneta nos trasladara colina arriba hasta un caserío en el que, con cabello recogido y mandiles puestos, la clase comenzó con la preparación de una “Bruschetta”:  pan artesanal sin sal con trozos de tomate, albahaca, ajo, y mucho aceite de oliva, misma que fue servida de inmediato con la primera copa de vino de la jornada.

Después, nuestro chef nos mostró la preparación de la pasta. Pensé “qué fácil”, pero no contaba con que luego, cada uno de los alumnos también prepararíamos nuestra ración. Creo que pasé la prueba y mis “Pappardelle” se tendieron al sol para su posterior cocción.

Carmela fue la encargada de instruirnos en la preparación del “Pesto Genovese” y la “Ragú meat sauce”. Mientras hervía la salsa de tomate con la carne y el vino, Isak nos ofreció una probadita de reducción de vinagre balsámico de primerísima calidad. Sabía a gloria.

Nuestro plato principal, un cerdo rostizado al romero, fue preparado por todos en la terraza. Untamos una gran pieza de lomo de cerdo con ajo, oliva, romero, salvia, sal, y pimienta. Antes de llevarla al horno le rociamos un vaso de vino tinto. A las orillas del lomo colocamos trozos de papa.

Mientras el fuego hacía lo suyo, vino mi parte favorita: la preparación del Tiramisú. Yo me propuse para el batido de las claras bajo la mirada supervisora (y felizmente aprobatoria) de Carmela, mientras que dos bellas hermanas australianas batían las yemas y el mascarpone. Mis amigos embebían las soletas en el café espresso. Cuando todo estuvo listo, cada uno montó su vasito con un decorado propio.

¡Todos a la terraza!, gritaron los chefs, sacándonos de la cocina. El vino corrió, las copas chocaron sin parar y para cuando los blancos platones de pasta y cerdo llegaron a la mesa, ya sabíamos que ese iba a ser nuestro mejor festín en la Toscana.

¡No podíamos parar de comer! Las lonjas de cerdo al romero con sus papas crocantes y la pasta con pesto genovés fueron las estrellas del almuerzo. El tiramisú, sedoso y ligero, lo disfruté muy despacito mientras deseaba en mis adentros que el espresso me ayudara a bajar un poco el mareo provocado por las copas de chianti clásico Le Ginestre.

En la foto del recuerdo –con fondo azul cielo, cipreses, villas y viñedos– todos aparecemos bronceados y ultra felices. Yo todavía más. Acababa de recibir mi diploma de cocina italiana.

Sin embargo, aún nos quedaban otros cuatro fascinantes destinos por visitar y muchos otros sabores toscanos que disfrutar. En la próxima les cuento lo más dolce de Pisa, Siena, Livorno y Montalcino.

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