Dice un dicho: “el órgano que no usas se atrofia” y eso es más válido aún cuando hablamos de los órganos sexuales. No son sólo para orinar ni únicamente para reproducirse; también nos los dio la Naturaleza para gozar, darle vuelo a la hilacha y disfrutar, aunque todavía hoy nos genera conflicto el tema de buscar el placer carnal. La única limitante debiera ser el no dañar a otros.
El mundo de la sexualidad es tan vasto como la inmensidad del Universo. No puedo imaginar a un ser humano en plenitud de sus facultades sexuales, abstenerse de por vida. Imagínate tú si a partir de tu graduación de prepa hubieras tenido que suspender definitivamente tu sexualidad, como requisito para ejercer tu vocación profesional.
Obviamente hay un ámbito moral en donde la abstinencia es una alternativa deseable, como por ejemplo el sexo entre adolescentes, puesto que aún no tienen la madurez necesaria para lidiar con el tema responsablemente. Pero de eso a que un adulto, de por vida, deba apaciguar sus calores rezándole a San Quintín, hay una gran diferencia.
No puedo concebir a un joven o a una muchacha clérigos reprimiendo su fulgor hormonal en primavera o en verano, cada año de su vida, so pena de la excomunión y de arder en los infiernos. Vamos, hasta la masturbación les está vedada. Es ahí en esos entuertos doctrinarios donde se gesta mucho de la pedofilia, relaciones homosexuales en los seminarios y embarazos en los conventos. Sin caer en el error de generalizar, pienso que muchos de esos adultos se convierten en monstruos y desarrollan problemas de índole psicológico ante este despropósito anti nátura.
Para quienes gustan de la historia recordarán que el término “discusiones bizantinas” se refiere a aquellos largos debates que tuvieron lugar en el Concilio de Bizancio en la Edad Media y que pasaron a la historia por su estupidez. Uno de los ‘grandes temas’ a polemizar entre los cardenales fue cuántos ángeles cabían parados en la cabeza de un alfiler. No quiero ni imaginar a qué conclusión llegaron ni los argumentos de por medio.
De ese tamaño era la rupestre ignorancia del medioevo. No en balde se acusó de hereje a Galileo Galilei por su ideota de que la Tierra era redonda. Es en aquel periodo sombrío y retrógrada donde se gestó la genial ocurrencia de que un sacerdote no debía follar pues si quería emular a Jesús debía permanecer soltero y célibe (de lo cual, por cierto, existen lagunas de información histórica y hay quienes se atreven a decir que Cristo incluso se casó y tuvo hijos).
Por supuesto que si el voto de castidad es voluntario tiene que ser respetado pues constituye un derecho del ser humano, como lo es tatuarse o ponerse un piercing en el ombligo. Pero imponerlo como regla general y condición sine qua non para pertenecer, me parece de un oscurantismo condenable.
Habrá quien me lea y piense que soy hereje o anticatólico pero debo aclarar que por el contrario, a mi juicio la gran tragedia de nuestro tiempo es precisamente la falta de vida espiritual de la gente. Creo que todas las iglesias y sobre todo la Católica en Occidente, pueden y deben seguir aportando mucho, pero estos escándalos de pederastia como los de Pennsylvania, le hacen un daño terrible, pues merma su autoridad moral e influencia.
Ya lo decía Juan Pablo II: el Siglo XXI deberá ser espiritual o no será. Con eso quiso decir que nos alejáramos del materialismo y regresáramos a lo inmaterial o el siglo que corre no llegaría a su fin. Empecemos por permitir a los curas y monjas una sexualidad plena como en otras religiones.