jueves 21 noviembre, 2024
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«EL RELATO»: Interpretación

POR. DIANA TERESA PÉREZ

Maldita tensión. Por más que respiré profundo no pude controlar el sudor en las manos y, como de costumbre, sentí que me iba a desmayar de un momento a otro. Siempre me sucede así cuando tengo mucho miedo. Miedo a perder, aunque yo en realidad no tenía mucho. ¿Qué más daba?

Así que en lugar de renunciar -como hice tantas veces- o inventar que me dolía la panza, me senté estoicamente a un lado de ese cirujano plástico famoso que vino a dar una conferencia a la universidad. Como no había presupuesto para contratar a una intérprete profesional, la directiva echó mano de los egresados de la carrera.

Había estudiado la lengua por años, no tendría por qué estar tan nerviosa, pero cuando vi el salón repleto de alumnos y el rostro severo del conferencista, impaciente porque no había botellitas de agua y el micrófono no servía, las piernas me temblaron.

Nos saludamos cortésmente. Me miró de arriba abajo. Imaginé que veía mis greñas saltando por entre la liga que nunca ha podido contener el mecherío; la blusa de seda que pedí prestada a mi vecina, un tanto entallada -ella es así, le gusta enseñar lo que yo no tengo; mis pantalones de mezclilla -los más limpios que encontré-, y unos zapatos de tacón nuevos porque nunca me había animado a ponérmelos. Mi cara brillaba de sudor, un poco por el calor de la sala abarrotada y otro tanto por inseguridad que salía por las axilas, manchando quizá la fina tela color rosa pálido -como mi cara- que tendría que llevar a la tintorería para que mi vecina no se enojara.

-¿Estudió el material que le envié?-preguntó tan rápido que por poco salgo corriendo. ¿Qué había dicho? Dioses, imploré, no hemos empezado y no entiendo nada. Creo que notó mi mirada de terror y volvió a preguntar un poco más despacio pero tan irritado que marcaba cada sílaba.

-Ah, sí, claro- dije tratando de recuperarme. Me sabía el material de memoria así que me repetí que debía confiar en mí.

Sonrió por primera vez. Me dio una palmada en el hombro y me dijo una frase de la que entendí tres palabras “calma”, “bien”, “vamos”. Volví a sudar. ¿Qué me pasaba? ¿Era sorda o qué?

Me sentí como cuando mi exmarido me confesó lo que pasó aquel fin de semana. Escuché las palabras-clave, como sugieren en las clases: “ella”,

“noche”, “bar”, “playa”, “te juro”, recordé el contexto y luego ya solo veía sus labios moviéndose, “pura paja”, como le llaman a ese conjunto de palabras que no agregan nada al corazón del mensaje y en las que uno no debe perder tiempo ni concentración.

Bajé la mirada. El conferencista carraspeó tan fuerte que me di cuenta de que me tocaba decir algo. Por lo que pude ver, acabábamos de empezar, así que imaginé que se había presentado.

-Buenas tardes, soy Helmut Lasalle, cirujano plástico.

Aplausos. Los muchachos recibían con admiración al hombre de unos cincuenta años, eminencia en el circuito médico internacional. ¿Por qué no le habrían puesto una intérprete personal?

Intenté acallar mi mente para concentrarme en sus palabras. La melodía de sus frases me era familiar. En mi mente reproducía los acentos, los tonos. ¿Qué? ¿Qué dijo? Su mirada se posó sobre mí, sonriente. Algo había dicho que lo tenía muy contento. Supuse, por el material, que estaba presentando su nuevo método de diagnóstico. Así lo anuncié.

Después vino una intervención larga, casi dos minutos. Capté una décima parte de lo que decía y con eso armé una frase que duró menos de treinta segundos. Ahora fui yo la que volteó a verlo con alegría porque por fin pude identificar más de diez palabras y recibí una mirada de desconcierto.

La conferencia avanzó. Seguía sin entender la mayoría de las palabras y me desconcentraba pensando ¿por qué no podía? Cada mañana prendía la radio para escuchar las noticias en esa lengua y casi podía reproducir de inmediato todo lo escuchado, ¿por qué ahora no? ¿Qué tenía que ver el racismo con la cirugía? ¿Había escuchado mal? ¿Para qué demonios nos interesaba saber el clima de Costa de Marfil y las hierbas que ahí se encontraban? ¿Abogado? Las manos me sudaron. Me dediqué a reproducir lo que recordé de lo que había en el material.

Llegó el momento de las preguntas. Los muchachos estaban emocionados preguntando detalles sobre la nueva metodología. El conferencista sonreía halagado y respondía. Yo armaba una historia con la palabra captada. Así unas diez veces hasta que por fin terminó la conferencia.

Alumnos y doctores se atropellaron frente al cirujano para pedirle un autógrafo, para felicitarlo. Yo enfilé hacia la barra. Necesitaba un trago.

-¡Muy bien! ¡Qué interesante estuvo la plática!-me dijo un profesor.

-Sí, ¿verdad?-sonreí con timidez.

-Debe usted tener una especialidad en medicina porque utilizó los términos adecuados.

-Je, no, bueno…

Felizmente llegó el conferencista e interrumpió la incipiente conversación.

-Muchas gracias, señorita-me dijo con sobriedad-lo único que no entiendo es por qué me preguntan tanto sobre el diagnóstico si apenas lo mencioné y de lo que hablé fue del éxito de la última cirugía que realicé en África en medio de condiciones político-sociales desastrosas.

Ahora sí, ya relajada, entendí cada una de sus palabras. De pronto todo hizo sentido. Quería que el piso se abriera debajo de mí, me tragara y se volviera a cerrar. Como aquel día en que después de empacar mis cosas y guardarlas en el coche, llegó Coralina, la mujer de la playa que trabajaba en un bar y que pasó la noche entera con mi marido en el hospital luego de que él se tomara no sé cuántas cubas sin saber que ya traía la presión alta.

-¿Está el señor Mondragón?

-¿Quién es usted?-dije a la mulata de brazos gruesos, sonrisa amplia y ojos chispeantes que más que un peligro sexual parecía una de esas enfermeras recias y salvadoras que siempre salen en las películas.

-Es que me dijo que cuando necesitara algo viniera a buscarlo. Me quedé sin trabajo y pensé que quizá aquí podría empezar…

Y me contó la historia de lo que sucedió aquella noche.

Se me salieron las lágrimas. El cirujano se asustó y de inmediato intentó tranquilizarme.

-No se preocupe, señorita, así pasa a veces. Uno solo oye lo que le interesa, aunque no sea ese el tema en realidad; pero vea, la gente está contenta y yo también. Buen trabajo.

Se fue a toda velocidad, sin querer involucrarse con una intérprete tan sentimental.

Por más que lloré e imploré perdón por haberlo mal interpretado, mi exmarido no quiso saber ya nada de mí. Que no era la primera vez que lo hacía, que por qué diablos no podía relajarme, que era imposible vivir con alguien así, siempre con miedo, fugándose en historias fuera de la realidad.

Alguien llamó al doctor. No recuerdo muy bien. La blusa de seda rosa quedó hecha un asco después de la vomitada. Dijeron que se me habían pasado las copas, que esa no era la imagen que la universidad quería dar.

Las puertas se cerraron. Mi exmarido me quitó las llaves. Jamás volví a interpretar a nadie. Ni siquiera sé si recuerdo bien la historia o la armé con los pedazos que quedaron de mí.

25-06-18


Diana Teresa Pérez. Narradora. Impulsiva, incoherente, terca, insomne. Recuerda que nació en el antes DF, hoy Ciudad de México (aunque siempre está perdida). Cree que la comunicación es fundamental para crear, recrear y dejar testimonio del paso del ser humano en este mundo. Ha trabajado para los periódicos Crónica y Excélsior y para la revista Expansión. Ha publicado varios cuentos en revistas y antologías literarias. Actualmente imparte talleres de escritura autobiográfica.

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