La filtración de un video sexual explícito del exfutbolista Zague causó un revuelo incontenible en redes sociales y medios de comunicación. Memes y chistes de dudoso gusto se multiplicaron aún más cuando el hoy comentarista televisivo tuiteó que la imagen fue producto de un hackeo. Pero, sin desdeñar la posibilidad de que Zague haya sido presa de un condenable caso de pornovenganza, la mayor víctima de este escándalo es su pareja, la periodista Paola Rojas.
Apenas se reveló el video, la conductora de noticieros fue acosada en sus redes sociales de las formas más vulgares y agresivas posibles. En una decisión loable, Twitter retiró su nombre y el de su esposo de la lista de tendencias del día, pues se estaba contraviniendo la política de respeto a la intimidad de las personas. Lo que no pudo evitar fue que burlas y mensajes infamantes siguieran viralizándose.
Al día siguiente, Paola Rojas respondió con este tuit: “Las ofensas se cuentan por miles, pero no me detengo. Soy más fuerte de lo que pensaba”.
Al parecer, en nuestra sociedad, los escándalos sexuales terminan victimizando más a la mujer, incluso cuando ella no tiene nada que ver.
Hay que repetirlo hasta el cansancio: esto es resultado de que en México existe un problema estructural grave de violencia sistémica contra las mujeres, que hace que se vea normal, y peor aún, gracioso.
En 2017, el INEGI publicó la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), donde refiere que 66 por ciento de las mujeres mayores de 15 años en el país, un aproximado de 30.7 millones, ha vivido alguna forma de violencia en sus diferentes ambientes, que van desde el escolar, laboral, comunitario y familiar, o en su relación de pareja. Ésta es una realidad tangible, observable, verificable.
Pero también en el terreno virtual, la violencia de género gana terreno.
De acuerdo con el INEGI, en México alrededor de nueve millones de mujeres han vivido ciberacoso, 26 por ciento por parte de algún conocido. Este dato es de los pocos en su tipo en el país, ya que, a nivel nacional, el único registro de tipo estadístico realizado es el Módulo sobre Ciberacoso 2015 (MOCIBA), un segmento experimental levantado exclusivamente en el mismo año, estando incluido en la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de las Tecnologías de Información y Comunicación en Hogares.
Además, de acuerdo con el informe La violencia en línea contra las mujeres en México, que fue coordinado por el colectivo Luchadoras –con el apoyo de la fundación Heinrich Böll México y el Caribe, junto con Article 19 y la Asociación para El Progreso de las Comunicaciones, R3D, Social TIC y otras organizaciones–, 34 por ciento de las agresiones contra mujeres entre 2015 y 2016 se cometieron a través de las tecnologías. Facebook y Twitter son las redes donde se ejerce mayor violencia contra mujeres periodistas o comunicadoras.
Resulta paradójico que las redes que han servido de plataforma para grandes movimiemtos cibernéticos antiacoso y feministas, sea donde más agresiones se den.
Tal vez ya no hacen falta hashtags virales que nos muestren como inclusivos, ni avatares de colores o debates sobre el lenguaje incluyente y el uso de las x. Hace falta conciencia en el mundo real.
Que nuestro feminismo no sea una máscara virtual que se desmorone ante la primera provocación. Pero, lo más importante, que como mujeres entendamos que no nos toca ser valientes para sufrir las agresiones, sino para darle la espalda a las dobles morales y falsos puritanismos. Y avanzar sin asumir culpas, porque ser mujer no es estigma de dolor, sino símbolo de entereza.