Leo con interés los resultados de distintos sondeos sobre el debate: en la mayoría Ricardo Anaya fue el mejor, López Obrador el segundo lugar, Meade quedó en tercero y los dos independientes están muy por detrás, con un solo dígito. En algunas encuestas el candidato de Morena aparece, casi empatado, por encima de Anaya. Pero todas las encuestas coinciden en que Meade obtuvo un lejano tercer lugar.
Los ataques entre los candidatos fueron más o menos los mismos que se han hecho durante los últimos meses; incluso, algunos de los desencuentros tienen años de antigüedad; las evasivas a las preguntas incómodas tampoco son algo nuevo; las propuestas… casi no las hubo, y en su mayoría fueron también las ya conocidas. López Obrador propone hacer tan bien las cosas como las hizo en la Ciudad de México. Anaya responde que las hizo mal. La retórica es inagotable. Nadie explicó si la Ciudad estuvo, en el periodo 2001-2005, mejor o peor respecto a qué. Las evasivas continuaron con Meade, quien no respondió si es cómplice, por omisión, de la corrupción de los priistas; y en cuanto a Anaya, evadió explicar, nuevamente, su riqueza inmobiliaria.
Pocas cosas nuevas oímos en el debate. Algunas muy simpáticas que quedarán en el anecdotario de los debates. La referencia de Meade a un López Obrador que no ha sido, en los últimos años, sino el Campeón del No: “Si se desmaya, en lugar de volver en sí, volverá en no”. El revire del morenista a Meade, respecto a la acusación de que no reportó tres departamentos: “no los tengo, y si los encuentras, te los regalo”. Anaya buscando desenmascarar al morenista: “engañas a la gente, les prometes a todos lo que quieren oír, pero como aquí tienes a todos los públicos no sabes qué decir”.
Tampoco la mayoría de los analistas dijo muchas cosas nuevas. Oímos la eterna crítica de que “se atacaron mucho”. Sin embargo, un debate de puras propuestas no sería debate, sino una aburrida colección de spots. Otra queja de los analistas: que el formato es muy acartonado. Si, han cambiado las reglas, pero hemos visto los debates en otros países, con formatos mucho más libres. Debates en donde se arrebatan la palabra unos a otros. En esos países el único límite es la civilidad. ¿No confiamos en la civilidad de nuestros candidatos?
¿Qué sigue después del debate? Vi con interés el comentario de Leo Zuckerman en la mesa de diálogo que compartió con Roy Campos, Loret de Mola y Soledad Loaeza. Zuckerman habló de la necesidad de una alianza entre el PRI y el PAN para derrotar a López Obrador. También urgió a que esta alianza se diera lo más pronto posible, pues el candidato de Morena continúa avanzando en las encuestas.
¿Por qué no se ha dado la alianza histórica que permitió a Fox, Calderón y Peña Nieto legitimar sus presidencias frente a una izquierda cuestionadora? Se escuchan tres narrativas.
Los agravios de los anayistas al PRI, sobre todo para la élite tricolor, hacen preferible una alianza con Morena.
Los anayistas tienen tanta confianza de que el voto útil les favorecerá y esta tendencia comenzará a reflejarse a partir de esta semana, para colocar en un par de semanas en empate técnico al candidato blanquiazul con el puntero.
En la tercera narrativa los priistas calculan que los siguientes debates, por sus temáticas, favorecerán a Meade. Y esto, sumado a una buena operación electoral el día de la elección, con el apoyo de gran cantidad de gobernadores, incluidos algunos panistas, puede hacer ganar al candidato priista.
Con especulaciones de este tipo los candidatos del PRI y el PAN siguen resistiéndose y posponiendo la alianza anti-AMLO. Pero ¿los candidatos y sus estrategas, creen en estas narrativas? Ni Carlos Salinas ni Diego Cervantes de Ceballos son hombres de especulaciones. Pero conocen el timing de la política. Además, son negociadores.
Lo más probable es que Meade, Anaya y sus consejeros, quieren una mejor negociación. Saben que se necesitan mutuamente. No es lo mismo contar con la mitad de los gobernadores que con todos ellos; no es lo mismo contar que con el Gobierno Federal que no contar con él; la suma de los aliados estratégicos, partidistas y no partidistas -como los sindicatos y los empresarios-, del PRI y el PAN, también ofrece millones de votos.
Hay mucho para negociar. Las gubernaturas, los escaños en las cámaras, las posiciones en el gabinete, las posiciones en los órganos autónomos, los contratos con los diferentes órganos de gobierno… Hace falta pues, poner todas las fichas sobre la mesa y empezar a negociar. El gobierno de coalición tendrá que implicar un reparto que debilitará al Presidencialismo mexicano, y con ello, se tendrán que ir construyendo las nuevas reglas, bajo la marcha.
Anaya y Meade, si realmente quieren evitar que López Obrador gane, necesitan un nuevo Pacto por México, pero antes y no después de la elección.
¿Se dará este pacto? Mientras tanto, López Obrador se sigue convirtiendo en un candidato cada vez más viable. Veremos qué tanto cala su acercamiento a una parte importante de la tecnocracia. ¡Santiago Levy y Guillermo Ortiz con López Obrador! Y de ahí si jalamos la hebra, pues claro, llegamos a Zedillo, a quien no le debe agradar mucho el protagonismo de Salinas en el sexenio actual.
Jorge Federico Márquez Muñoz. Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Doctor en Ciencia Política, ganador del Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de Docencia en Ciencias Sociales. (2012) y es autor, entre otros, de los libros: Envidia y Política en la Antigua Grecia, Más allá del Homo Oeconomicus y las Claves de la Gobernabilidad.