Un grupo de mujeres y hombres que se dedican a la academia, la investigación, la tarea intelectual y la empresarial lanzaron una petición publicada en las revistas Letras Libres y Nexos: sacar las manos del proceso electoral.
La andanada de la PGR y el SAT en contra de Ricardo Anaya, según los firmantes de la carta, “pone a México junto a países con regímenes autoritarios democracias totalmente disfuncionales. Ante la Falta de autonomía del Ministerio Público federal, usted presidente Peña Nieto es la máxima autoridad de este proceso”.
Los firmantes le recuerdan que el proceso de desafuero en 2005 en contra de Andrés Manuel López Obrador polarizó a la sociedad y hasta hoy las heridas de ese episodio no han sido subsanadas del todo.
Le piden al presidente Peña que, si hay cargos firmes en contra de Anaya, que se proceda judicialmente. La preocupación de estos personajes es que se use el poder del Estado para “incidir en el destino de los comicios”.
El exhorto de quienes firman esa carta no sólo es válido en esta hora de la nación, sino que debe ser acompañada por quienes no quieren que la violencia cotidiana que vivimos sea el marco para encaminar una ofensiva en contra de los adversarios políticos del presidente Peña, su partido y su candidato.
Creo que, bajo la actuación de las instituciones en este asunto, ponen a Andrés Manuel López Obrador y a Ricardo Anaya en una posición de alta vulnerabilidad. Depende de la administración del presidente Peña que la elección no termine ensangrentada como la de 1994.
Por ello, es pertinente preguntarse: ¿A quién quiere parecerse el presidente Peña Nieto? Por lo que vemos, no quiere ser Ernesto Zedillo, que aceptó la derrota de su candidato y su partido en el 2000.
Quizá quiera verse como Vicente Fox, quien con su incuestionable irresponsabilidad, se vanagloria de haber impedido el triunfo de López Obrador en el 2006, así fuera violando la ley.
Bien le dicen quienes le envían la carta “el uso del Ministerio Público para perjudicar al candidato presidencial del Frente Por México, Ricardo Anaya, erosiona aún más a las instituciones que encarnan la autoridad del Estado mexicano”.
¿José Antonio Meade querrá ser comparado en la historia con Felipe Calderón, el presidente que nunca pudo legitimar su estancia en la presidencia de México y que inundó de sangre al país en busca de la legitimidad no adquirida en las urnas?