El feminismo se alimenta de la autocrítica.
Los hombres son de Marte y las mujeres, de Venus. Esta frase, título de un famoso libro que en enero pasado cumplió 25 años, representa un intento humorístico de ilustrar las diferencias entre géneros, aunque también ha desatado una lucha maniquea entre sexos.
Al día de hoy sería imposible no reconocer los logros feministas: el voto de la mujer, la equidad laboral, los derechos reproductores (en algunos lugares) y mayores espacios en la agenda pública.
No obstante, las voces que se levantan diciendo “yo no soy feminista” crecen cada vez más. Mujeres jóvenes que dicen no sentirse representadas por las feministas, pero sí identificadas con los valores del feminismo, tienden a ser populares.
Esto nos tiene que mover inevitablemente a hacer una autocrítica, no tanto a la causa, como a los métodos empleados para promoverla, que han provocado un rechazo entre aquellas que se debían sentir identificadas y protegidas.
Si bien es cierto que el feminismo resulta molesto a aquellos hombres que han defendido el status quo de los beneficios de una sociedad patriarcal, resulta poco creíble que toda señalización de errores o fallas en la lucha sean signo inequívoco de machismo o misoginia.
El feminismo actualmente parece haberse desvinculado de sus orígenes liberales, así como de sus metas iniciales, una de las cuales es el empoderamiento de la mujer para vivir su vida a plenitud y ejercer sus derechos según convenga.
A momentos parece que nos hemos planteado el concepto de mujer como único y con agenda exclusiva. Nos olvidamos del mundo plural, donde convergen múltiples construcciones de mujeres, cada una con necesidades diferentes.
El feminismo se alimenta de la autocrítica. No podremos romper el muro de la intolerancia con más intolerancia, ni la segregación con sectarismo. Porque esta lucha es de todos.
Porque mientras nos enfrascamos discutiendo si los hombres pueden o no ser feministas, se pierden aliados. En un mundo de diversidad, la inclusión es necesaria. Pero no sólo de los hombres, sino de esas mujeres que han decidido vivir de acuerdo con premisas que se alejan del ideal feminista.
Mientras algunas luchan por el derecho a interrumpir el embarazo, otras buscan ser madres perfectas, y ni una ni otra ensombrecen la batalla por los derechos, ya que lo importante es ser poderosa para decidir.
En este contexto llama la atención que exista una corriente que acuse al feminismo de ser “victimista”, de acuerdo con un concepto acuñado por Christina Hoff Sommers, académica del American Enterprise Institute, y que postula que se ha exagerado el problema de la agresión sexual.
En una entrevista que dio recientemente a The New York Times, la especialista cuestionó la política que aplicó Barack Obama sobre la investigación de denuncias de violación en universidades de Estados Unidos, en las que señala que hay una especie de macartismo (persecución) en la que basta que la agresión sexual sea denunciada como tal para darla como cierta, es campo fértil para las falsas acusaciones.
Bajo esta premisa, Hoff plantea que está equivocado el enfoque que equipara cualquier actitud incómoda de hombres hacia mujeres como acoso o agresión sexual. Plantea que la violación es un crimen muy serio y, por tanto, debe haber estándares altos para establecerlo, los cuales no deben confundirse con un manual de buenas conductas.
Hay muchas frases de Hoff que son bastante debatibles, como cuando cuestiona que hay una visión “infantilizada” de las mujeres como permanentemente frágiles, silenciadas y fácilmente traumatizables. Sin embargo, creo que la respuesta a esta postura no tiene que ser el linchamiento. De hecho, hay puntos que expone que son atendibles, como conciliar el castigo a las agresiones sexuales con el apego al debido proceso y la promoción de medidas preventivas, como un consumo más responsable de alcohol en los campus universitarios.
Hoffs se burla de lo que llama “feminismo desmayado de sofá”, que demanda protocolos especiales para mujeres en casos de ataque sexual como si estuvieran desvalidas, punto en el que probablemente la exagerada sea ella. Pero coincido en una de sus afirmaciones: la esencia del feminismo es el trato justo con respeto y defensa a la dignidad de la mujer. Y en ese punto no basta con hacer ruido: hay que ser contundentes.