Lo que la muchedumbre mediática clame.
El actor estadunidense Kevin Spacey, estrella de la serie House of Cards, ha tenido que dejar los escenarios temporalmente para someterse a un proceso de terapia y ayuda.
“Kevin Spacey se va a tomar el tiempo necesario para hacer análisis y buscar tratamiento”, dijo su representante en un escueto comunicado enviado a la revista Variety el pasado miércoles.
Todo esto es consecuencia del escándalo en redes sociales desatado por la denuncia de su colega perteneciente al elenco de Star Trek: Discovery, Anthony Rapp. Éste dijo al portal Buzzfeed que en 1986, cuando tenía 14 años, Spacey (en ese entonces de 26) intentó seducirlo cuando coincidieron en una fiesta.
En la respuesta publicada en sus redes sociales, Spacey escribió que no recordaba ese hecho, pero que si realmente tuvo lugar, le debía la más sincera disculpa “por lo que habría sido un comportamiento ebrio profundamente inapropiado”.
En ese mismo comunicado, Spacey se declaró homosexual. Esto último atrajo una avalancha de críticas, al acusársele de tratar de mezclar el tema del acoso con la búsqueda de empatía al declararse gay. Lejos de detener el escándalo, otros actores e incluso colaboradores suyos en House of Cards se sumaron a la denuncia. A consecuencia de ello, Netflix primero suspendió la producción de la sexta temporada de la serie (que sería la última) y luego anunció que rompía todo vínculo con el actor.
Nadie duda del poder de las redes sociales para empoderar y dar voz a las denuncias que en otros momentos no hubiera tenido eco. Sin embargo, es conveniente evaluar hasta dónde queremos que lleguen los tribunales mediáticos, en los que periodistas y ciudadanos con acceso a internet pueden emitir juicios condenatorios lapidarios y concluyentes, sin dar a cada caso un peso específico ni la suficiente capacidad de réplica a quienes en un día ven arruinada su reputación.
Anthony Rapp dijo que se animó a hacer público su caso después de lo que lograron muchos actores de Hollywood cuando denunciaron la conducta del empresario Harvey Weinstein. Pero creo que no es el mismo caso. Aquí no se trataba de un ejecutivo que presionaba para obtener contacto sexual no consensuado, abusando de su poder económico y político en la industria y de su influencia en los medios de comunicación, como fue el caso del fundador de Miramax.
Ahora se acusa que la respuesta de Spacey fue apresurada y que debió primero asesorarse de abogados y especialistas en control de crisis. Pero habría que ponderar el hecho de que no se ocultó, sino que admitió parte de su responsabilidad, lo cual no es usual. En su relato reconoce que pudo haber estado borracho el día que ocurrieron esos hechos y él mismo ofreció disculpas.
Lo suyo, hasta donde es posible comparar su versión con la de Rapp, fue un intento de seducción completamente inapropiado, considerando que éste era menor de edad. Pero que de ninguna manera puede compararse con las prácticas depredadoras de Weinstein, que por desgracia no sólo suceden en la farándula.
Pero no importa. Todo se echa en el mismo costal. Cuando no se acota, la presión de los medios y la sociedad con base en supuestos puede llegar a ser no sólo destructiva, sino puede lograr que se pierda el verdadero objetivo de crear una conciencia contra el abuso sexual que se monta en el abuso de poder.
Hay otros ejemplos del uso irresponsable de la denuncia mediática. En la ciudad de México, una alumna de la FES Acatlán, haciendo uso de las redes sociales, denunció un presunto acoso sexual por parte de un maestro. A través de un video, narraba el evento e identificaba al supuesto agresor. Horas después se expidió un comunicado oficial donde la joven desistía de la denuncia al decir que todo era mentira, pues “había decidido realizar un experimento para ver reacciones”
¿Estamos ante un verdadero elemento de empoderamiento o se están convirtiendo las redes en factores para trivializar algo tan serio como el acoso?
Al parecer, estamos buscando revertir el acoso con acoso. No nos hemos empoderado, sino que el medio cobra el poder de generar opiniones y sentencias instantáneas. En un afán por visibilizar los problemas y sobreexposición, estos terminan trivializados y con casos intencionalmente falsos.
Al parecer, las sociedades plurales, diversas, con acceso a una gran cantidad de información que sus antepasados no gozaron, resultan paradójicamente reducidas a juicios unilaterales: lo que la muchedumbre mediática clame.