Mi reino por estar sano.
Pues bien hoy me alegra, sobremanera, compartir un sentimiento de entusiasmo y al calce de este pasaje una invitación, a propósito de dos condiciones del ser humano no solamente necesarias sino, igualmente, gratificantes.
El Nobel de Literatura portugués, José Saramago, escribió alguna vez “Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio. Que es bueno para mi salud. Pero nunca he escuchado a nadie que le diga a un deportista: tienes que leer”. Los malestares añejos reaparecen de pronto o como dice mi hermano, el Dr. Domínguez, con tanto medicamento ingerido y los años “se paga derecho de piso”, con lo cual estoy de acuerdo.
De modo que durante poco más de un mes anduve arrastrando literalmente la pierna izquierda y casi el trasero, con severos dolores en útiles y nobles sean las partes de mi ya encarrujado cuerpo. Mejor oportunidad no la hubo para mis maloras amigos, quienes me dirigieron un racimo de –para ellos- divertidos comentarios. Que si andaba “chueco en el país”, que no se me permitía la entrada en las viejas pulquerías porque sacaba el aserrín, que cuándo nací la que me dio la nalgada fue una karateca y no una enfermera, etc. etc.
Todo comenzó con ligeras punzadas en el bajo vientre del lado izquierdo, mismas que se fueron intensificando y abarcaron toda la cintura. En un primer momento, mis hijos me recomendaron que visitara a mi médico familiar, pero el ISSSTE y la carabina de Ambrosio son la misma cosa, así que escuché la que supuse era una opción genial: el sobador del barrio.
Patricio, el huesero más rápido del Oeste, fue muy preciso: “Tiene la cadera abierta, pero con mi curación quedará bien en dos días. Son doscientos cincuenta pesos”. Luego de convertirme en auténtico tamal oaxaqueño con sus colosales vendas, me recomendó no “hacer del uso” durante un mes; señalamiento que no me preocupó en virtud de que no practico el canibalismo desde hace más de 2 años. Las molestias se extendieron por ingle, parte del abdomen bajo y zona testicular y Patricio cayó de mi gracia.
Ya lo he dicho en otra ocasión nací y crecí en un pueblo guerrerense con el cielo como cobija, por lo mismo mi cáscara es y sigue siendo harto delgada; misma que jamás se olvida de hospedar estupendos sentimientos que agradece mi alma, con todo y que me abrumen las congojas.
Siempre he pensado que los puentes tienen algo de promesa, que están hechos para llevarnos a otro lado y tal vez por ese motivo la humanidad ha construido obras de arte, puntos clave, lugares de encuentro en lo que detener el aliento y los recuerdos, por los que cruzar al futuro o ir de vuelta al pasado audaz y luminoso. Y es así como puentes de París y Venecia, Nueva York y San Francisco guardan historias memorables y oscuras.
La nuestra, con su famoso puente de Nonoalco, ya desaparecido y cuyo entorno sirvió de inspiración a escritores, fotógrafos y directores de cine célebres; el segundo piso del periférico, los construidos para el metro y los peatonales que nadie respeta no tienen nada de memorables, aunque sí son muy ilustrativos, como es el caso de estos últimos de gran utilidad por lo menos para tres cosas: centro de operaciones de malandrines, lugar del beso pasajero y purgatorio de los casi castrados.
El caso es que para la visita médica siempre tenía que subir un puente peatonal y en tal práctica recordaba al rey inglés Ricardo III, perpetuado por Shakespeare, quien preparándose para la batalla de su vida dijo “Mi reino por un caballo”, sólo que yo le quitaba la palabra caballo y le ponía “estar sano”; y también evocaba a mi abuela. Ella, conocedora de esta molestia que padecí desde niño, decía que el huevo no había “madurado” y, que por ello, faltaba asolearme más.
Los antibióticos hicieron su tarea. Ya no más puente ni andar “chueco” por ningún lado, apenas una ligera molestia y leyendo “La novela de mi padre”, de Eliseo Alberto, libro que me regaló mi hijo Paco. A los deportistas, y a quienes que no lo son, lean esa es mi invitación y concluyo compartiéndoles una reflexión de Borges: Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído.
Cut Domínguez. Periodista cultural. Ha dirigido espacios como la jefatura de Prensa de Difusión Cultural de la UNAM; coordinador de Prensa en la Ciudad de México del Festival Internacional Cervantino; Subdirector de Difusión del Polyforum Cultural Siqueiros; Jefe de Prensa de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes. Asimismo, ha sido colaborador de diarios y revistas nacionales.