La realidad siempre es superior a las percepciones.
Acaso porque la incertidumbre es el sello de este tiempo, existe una pretensión, cada vez más generalizada, de decretar el futuro del país con escenarios supuestamente irremediables.
Se trata de una práctica que la próxima contienda electoral acentúa de manera caricaturezca.
Y es que mientras más compleja se vuelve nuestra realidad, más aumenta esta moda de sembrar percepciones fatalistas.
Me refiero a pronósticos que buscan dar por hecho desenlaces políticos para los diversos actores de la vida pública.
Uno de los mejores y más recientes ejemplos se dio en 2016 en torno a Luis Videgaray, cuando era Secretario de Hacienda y organizó la visita sorpresiva y relámpago a Los Pinos de Donald Trump, entonces candidato a la Casa Blanca.
“Es hombre muerto”, escribieron los sepultureros en agosto del año pasado.
Como “el vice” –así se le considera en los círculos gubernamentales– pronto presentó su renuncia, asumiendo la autoría intelectual y los costos de aquella criticada acción, los agoreros de su fallecimiento político se colgaron una medalla.
Pero ese triunfo de los sepultureros fue efímero porque a la vuelta de 2017, el presidente Enrique Peña nombró canciller a Luis Vegaray, a fin de que condujera el nuevo tiempo bilateral con Trump.
Y al margen de las filias y fobias que el titular de Relaciones Exteriores genera, sería mezquino no reconocer que el hombre de las mayores confianzas peñistas cuenta con una estrategia que supera con creces los pronósticos del desastre que en enero suscribieron los expertos en percepciones.
El mismo fenómeno, pero en sentido inverso, ha ocurrido con la supuesta muerte prematura del PRI que, según sus sepultureros, comenzaría a agonizar en el estado de México en junio pasado.
Y es cosa de recordar los augurios de la Semana Santa anterior. “No hay manera”, coreaban los expertos en inventar el futuro al argumentar sobre la imposibilidad de que el partido en el poder ganara los comicios mexiquenses.
Esa narrativa antipriísta fue acompañada por la idea del carácter invencible de Andrés Manuel López Obrador en la carrera presidencial del 2018.
“Ya nadie lo para”, se dijo y se escribió tanto en 2016 como en el primer semestre de este año, en referencia a la ventaja que el candidato de Morena ha traído en las encuestas que miden la intención del voto.
Lo cierto es que, “haiga sido como haiga sido”, el PRI ratificó su predominio en las tierras del presidente Peña y ese “tanque de oxígeno”, como calificaron los priistas ese triunfo, dejó muy mal parados a los sepultureros de oficio.
Tengo la impresión de que a esas alturas del sexenio, los operadores políticos del poder en turno se percataron de la importancia de dominar el deporte de las percepciones, sí, esa capacidad de construir muertos y vencidos antes de la batalla. Y comenzaron a practicarlo hasta volverse adictos.
Es muy importante subrayar que ninguno de los ex presidentes de la docena panista lograron darle pelea a los sepultureros de entonces.
En el caso de Vicente Fox, a pesar de que se sabe que se hizo rodear de especialistas en la publicidad, nunca pudo revertir la percepción de que el sexenio había sido tan decepcionante de que era imposible que el PAN volviera a ganar.
Pero como la realidad siempre es superior a las percepciones, a la hora de la guerra electoral, la propaganda en contra de AMLO surtió efecto con aquella consigna de que él era “un peligro para México”.
Sin embargo, y esto es muy importante subrayarlo, ni Fox ni Felipe Calderón pudieron quitarse de encima la percepción de que “algo turbio” hubo en el saldo favorable al panismo en 2006.
Hay quienes hablan de fraude, otros de operación de Estado, unos más de tratos inconfesables con los priístas. Al final de cuentas, el sospechosismo se impone.
Y ese sospechosismo persiguió a lo largo de su sexenio al presidente Calderón, quien nunca pudo revertir percepciones sociales adversas, como esa, aún vigente, de que “metió al país en un baño de sangre”.
En sentido contrario a esa mala racha panista, las narrativas que ahora proceden de los sepultureros nos permiten sostener que en este sexenio se intenta, y con creces, capitalizar este fenómeno a favor del gobierno y su partido.
De manera que ahora, los enterradores se enfilan en parvada a decretar que la oposición ya valió y que habrá PRI para rato.
Es más: esos agoreros profesionales buscan sustituir a las desprestigiadas encuestas y ahora nos quieren, desde ya, recetar marcadores electorales de una contienda que ni siquiera ha comenzado.
Restan ocho meses todavía para que los votos de todos nosotros cuenten y se cuenten, y ya existen versiones uniformadas que dan por ganador al abanderado priísta, cuando todavía no hay un nominado oficial.
Peor aún: hay quienes se atreven a enterrar políticamente a López Obrador con la peregrina idea de que él en el fondo no quiere ser Presidente.
Otros, más audaces todavía, dicen que el PAN y el PRD no respiran y que el neonato Frente Ciudadano por México ya abortó.
Quieren los sepultureros ganar desde ya las urnas del 2018 bajo la percepción de que la democracia no importa, no sirve, no va…
Justo cuando la incertidumbre del voto descarrila a los encuestadores que en la intimidad confiesan ser incapaces de medir la impredecible voluntad electoral mexicana, justo ahora, los sepultureros nos quieren vender cuentas de vidrio…
¡A otros muertos con esas tumbas!