jueves 21 noviembre, 2024
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TENGO ALGO QUE DECIRTE

#Memoria Orgullosamente mexicana (1985 / 2017)

Puedo decir que he tenido la suerte de sobrevivir dos terremotos. Ambos han sido terribles y marcaron mi vida con una herida en el alma que una cree ha pasado al olvido con tiempo, pero revive en solo unos segundos al sentir que el suelo, ese en el que tienes supuestamente bien puestos los pies, se mueve y brinca sin control alguno.

Hace 32 años era estudiante en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Vivo en una zona en la que no se sienten los temblores, pero esa mañana sí. Como si nada, todos en casa salimos a nuestras actividades. Me recuerdo en mi bochito azul camino a la UNAM escuchando el radio, y las noticias caían como cuentagotas en cada uno de mis nervios. Di la vuelta al entender la magnitud, sin realmente saber lo que había sucedido en el centro de la ciudad. Al llegar, sorpresivamente todos habíamos decidido hacer lo mismo, regresar y estar bajo la estructura familiar, quienes nerviosos esperábamos noticias de mi hermanita que iba en el camión de la escuela. Tardaron en avisar que regresarían a los niños a sus casas.

Como puma, participé en colectas puerta a puerta de lo que fuera, lo que pudieran dar pues no teníamos información de lo que se necesitaba; trabajé en el centro de acopio clasificando medicinas, y junto con otros compañeros a los que no conocía, llevamos cal para los muertos a la Universidad Iberoamericana, la que se había caído.

Fue gracias a la radio y la televisión que podíamos ver esa realidad dolorosa, la ausencia y lentitud del gobierno que no aceptaba ayuda de otros y la gran fuerza ciudadana solidaria que salió y tomó las calles.

El miedo era constante. Llovió y no sabíamos si eso era bueno para aquellos enterrados vivos que necesitaban agua o si haría que la poca estabilidad de lo que quedaba se cayera.

La réplica fuerte fue al día siguiente; fue esa sensación de no querer pisar la tierra, volar y quedarnos en el aire para no sentir el reclamo de nuestro planeta.

Semanas después, nos invitaron a una amiga-hermana y a mí a un albergue a cantar. Hoy, como adulta responsable, no entiendo cómo pudimos hacerlo: fuimos con dos compañeros a los que no conocíamos en su coche. Nunca supe dónde estuvimos (sólo sabía que era por la Lagunilla), una calle con camellón en el que con bolsas de plástico y cartón habían hecho espacios para tratar de vivir, en el que ese día había muerto una persona querida por la comunidad.

Me senté en una piedra con mi guitarra y nos dijeron: “empiecen, la gente se irá juntando” y después de varias canciones, fueron llegando poco a poco… y cantamos y cantamos y cantamos… desde un “gracias a la vida, que me ha dado tanto” a un “Sirenito” improvisado. Mi voz se cerró cuando al despedirnos una señora mayor se acercó para agradecerme un ratito de alegría entre tanto dolor.

¿Cómo olvidar? Eso no es posible. Es una cicatriz que se queda incrustada en el corazón para siempre.

Ayer, el terremoto se sintió horrible en casa y lo que venía a mi mente eran ráfagas rápidas de esos días 32 años atrás, imaginando lo que estaría pasando en la ciudad cuando yo lo sentía de esa manera.

El teléfono y la luz se cayó. Las redes sociales no y gracias a ellas pude comunicarme con mis personas queridas en el extranjero para avisarles lo que había pasado y decirles que seguramente tendrían imágenes que nosotros no podíamos ver, que estuvieran tranquilas pues la familia estaba bien.

Y así fue… horas más tarde, en una llamada vía Whatsapp me decían casi llorando que era terrible, que no podían creerlo. Nosotros sólo podíamos ver lo que la red intermitente nos permitía. Ellas estaban más enteradas que nosotros.

De nuevo, fue entrar en acción. Gracias a Facebook pudimos hacer saber al mundo que estábamos bien y recibir fuerza y amor incondicional de amigos y familia, que agradezco mucho.

Hoy es mi hijo el que sale a las calles, y como madre no puedo dejar de pedirle que se cuide.

La acción esta vez fue inmediata. El aprendizaje del 85 estaba vivo en todos y de nuevo, el México al que queremos y amamos salió a las calles para apoyar, dar, abrazar y demostrarle al mundo entero que somos un pueblo de grandes, que si pudimos sobrevivir al 85, también lo haremos esta vez.

Ahora que podemos ver las imágenes y videos en tiempo real, las lágrimas del alma recorren y se instalan en mis venas… faltará mucho por hacer, tomará tiempo, duele… lo que tengo claro es que soy orgullosamente mexicana.

Citlalli Berruecos. Tiene estudios de Sociología en la UNAM y la Universidad Complutense de Madrid, España. Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesa, UNAM. Maestría en Educación con especialidad en Educación a Distancia, Universidad de Athabasca, Canadá. 

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