En la mañana, con mi acostumbrado humor denso compartí en mis redes sociales que a lo mejor todavía nuestros nervios no estaban para un simulacro, que por qué no lo dejábamos para otro día.
De verdad aplacé mis actividades hasta que hubiese terminado el simulacro. La alarma sísmica es algo a lo que soy cada vez más sensible. Seguramente no está hecha con ese propósito de llevar mis nervios al límite. Obviamente, su intención es alertar a la ciudadanía a tomar acciones ante un sismo.
Ya terminado el evento, me dispuse a ir al centro histórico. Una vez a la semana voy a surtir mi negocio de insumos y a ver qué se le pega a mis ojos y qué me permite mi presupuesto traer a casa. Como buscadora incansable que soy, he encontrado infinidad de tesoros y tengo cualquier cantidad de proveedores de las cosas más comunes y también inusuales que al menos yo necesito tener. Pero la historia no es esa.
Como siempre, muchísimo movimiento. El estacionamiento que esta atrás de los juzgados, que es el que siempre uso, estaba lleno como pocas veces. Decidí que lo primero que tenía que hacer era ir al cajero automático a sacar dinero para después lanzarme a la aventura.
Iba justo entrando a la sucursal del banco, cuando un terrible jalón nos movió el piso a todos, como si unas manos gigantes tomaran el banco como una cajita y lo sacudieran.
Aproximadamente la mitad de la población vivió el sismo de 1985, algunos también el de 1957 y las generaciones más jóvenes se la han pasado entre simulacros, alarmas y sismos todo el tiempo. Para no ir más lejos, el que nos sorprendió en la noche hace apenas poco más de dos semanas y nos sacó a todos en pijama y pantuflas a la calle.
Como soy una verdadera fóbica de los temblores, no sé en cuanto tiempo logré salir a la calle pero fueron milésimas de segundo, y después de eso no hay palabras para lo que sentí: Caminar a mitad de la calle de Corregidora fue un verdadero triunfo. al principio solo pensé que esto sí parecía una mala broma, que justo el 19 de septiembre y dos horas después del simulacro temblara de nuevo.
Ya cuando llegué con la demás gente, me empecé a dar cuenta de la gravedad del suceso. Si bien he vivido muchísimos sismos ya en esta ciudad, nunca me había tocado uno verdaderamente fuerte.
Uno se confía, siempre piensas que pasará de un momento a otro. Nos dará tema para conversar, compartir memes y pretexto para comernos un bolillo. En donde yo estaba la alarma no se escuchó. Las alertas llegaron a mi cerebro por otros medios: al casi no poder mantener el equilibrio, al ver la cara de verdadero terror de las personas que estaban a mi alrededor, escuchar los edificios crujir y el ruido de piedras y cristales que empezaban a caer al piso. Junto a mí, un grupo de mujeres se tomó de las manos y empezó a orar; una dirigía los rezos y estoy segura que las demás no podían ni articular palabra del miedo.
Yo, inconscientemente quise buscar a alguien con quien tomarme de la mano, intercambiar miradas, un par de palabras pero los demás estaban igual que yo: impávidos, paralizados, seguramente pensando en sus familiares. ¿Cuánto tiempo más duraría esto?
Crucé miradas con un policía que estaba junto a mí y solo atinamos a comentar que todavía no paraba de temblar; sin duda alguna este fue el susto más grande de mi vida. Ya una vez me atropellaron y otra ocasión me tocó apagar un incendio que empezaba en el comedor de mi casa.
Salía polvo de todos los edificios, vidrios caían, gritos, más gente lograba salir y unirse al grupo de los que sin tener idea de nuestros propios nombres, formábamos una valla para protegernos. Por fin terminó. Como por instinto de supervivencia, permanecimos juntos y en silencio todavía un rato más, minutos después empezamos a escuchar sirenas y gritos, prendieron la radio en alguna tienda cercana y la voz de Fernanda Familiar informaba con una templanza que no logro dimensionar los datos del reciente sismo.
Gente que se acercaba nos decía que había un incendio cerca y fugas de gas, que nos quedáramos ahí. No sé de verdad cuánto tiempo habrá pasado además de la velocidad con la que viaja ahora la información, pero yo seguía en la calle atrincherada con este grupo de gente que cada vez me parecía más cálido y propio mientras ya se escuchaba que se había caído un edificio en la colonia Roma.
Tanto temblor en esta ciudad ya nos tiene los nervios bien templados, no pasa de una llamada por cortesía para preguntar si estás bien y en dónde te agarró.
Entró en ese momento la llamada de mi hija en crisis de pánico (al menos supe que estaba bien y que habían evacuado la preparatoria a la que asiste). La parálisis que se había apoderado de mí, congelándome y bloqueándome se disipó pero la confusión me dejaba poco espacio para actuar. Traté de comunicarme con mis otros hijos. Fue inútil. Escribí en el chat familiar a mis hermanos que estaba bien que no se preocuparan y traté por todos los medios de saber qué había pasado y de qué dimensiones había sido.
Como si fuera una experta en sismos, trataba de calcular cómo se habría sentido en el sur de la ciudad y si era probable que hubiera daños en el rumbo en donde vivimos y van mis hijos a la escuela. Llegaban mensajes y más mensajres y uno se sentía con la obligación de contestarlos porque la gente estaba verdaderamente preocupada.
Al fin, en el chat de las amigas del colegio dijeron que la escuela estaba bien y que ya podíamos pasar a recoger a los niños y fue mi amiga, compañera, quien me invitara a colaborar en este portal –querida y admirada– Marissa Rivera quien se ofreciera a recoger a los hijos de las que estábamos más lejos.}
Aun sin dimensionar el nivel de la catástrofe, acepté y le aseguré que en una hora estaba de regreso en casa. Los ángeles son muchos y tienen diferentes looks, el mío fue esta mujer fuerte, aguda, determinada.
Empezaban a sonar ambulancias, patrullas, nos pedían por altavoz que poco a poco evacuáramos el área y regresáramos a nuestras casas, que los comercios cerrarían y que no obstruyéramos las calles. Mientras caminaba de regreso al estacionamiento, vi edificios a punto de colapsar, vidrios y rocas en el piso, escaleras improvisadas para sacar personas por las ventanas, zonas que empezaban a acordonar, yo creo que mi pensamiento era como el de la mayoría de la gente: ¿es otro sismo igual al del 85? ¿Otra vez, el mismo día?
Traía la voz insistente de mi mamá en la mente diciéndome que me comiera un pan para el susto. Finalmente logré sacar mi coche del estacionamiento y pensé que dejando el centro dejaba atrás la zona de desastre y regresaba a mi vida como siempre.
Circulé por Tlalpan, avisándole a mis hijos que ya estaba a punto de llegar, sin saber que apenas entraba al verdadero túnel del horror: gente llorando en las calles, caos, por lo menos vi 4 edificios a segundos de colapsar, zonas acordonadas en donde solo se alcanzaban a ver cerros de piedras. Afuera de la primera salida del metro había muchísima gente obstruyendo el camino y diciéndonos algo a los que pasábamos en automóvil que yo no alcanzaba a entender. Cuando pasé me di cuenta que pedían ride, entonces en la siguiente estación me fui más despacio acercándome a la gente y recogí a dos chavos y una chava, habían ido al Museo de Memoria y Tolerancia a hacer un trabajo de la escuela, llevaban kilómetros caminando sin saber cómo hacer para llegar a sus casas y para comunicarse con sus padres.
Después de casi 4 horas que duró el camino, las 7 personas que íbamos a bordo compartimos lo que traíamos de comer y beber, nuestros teléfonos, nuestros miedos, hablamos de lo que había sentido cada quién y al llegar a la estación de Taxqueña nos despedimos con un “¡Mucha Suerte. Cuídense!” sin saber si quiera nuestros nombres y plenos de que no nos volveríamos a ver.
Supongo que así son las miles de historias que se entrelazan en momentos como estos; ahora lo sé, lo he visto dos días después en los centros de acopio, en los lugares de desastre, miles de personas que ya son ahora verdaderos hermanos de vida, que dejaron todo lo que tenían que hacer para volcarse en la ayuda, que se olvidaron de comodidades y compromisos para cargar cascajo, trasportar víveres, ayudar con lo que se pueda, sin nombre, sin status social, sin puesto en un organigrama.
Benditas redes sociales que tanta gente sataniza, nos han permitido enterarnos de qué es lo que hace falta, de cómo van las labores. Todos hemos estado al tanto de los rescates, hemos compartido información, es lo único que ahora creo nos diferencia del 85: la tecnología y la agilidad para difundir las noticias. Pero el espíritu, la fortaleza, la gran templanza de los mexicanos es exactamente lo mismo.
Nosotros somos esto, dispuestos a dar todo, a arriesgar la vida, a olvidar sus propias necesidades. No somos nosotros los corruptos ventajosos, eso es una circunstancia que nos entorpece el camino, nuestra tierra está hecha de estas almas –lo supimos siempre–.
Brazo con brazo, hombro con hombro, piedra por piedra, esta ciudad se va a levantar otra vez, como se levantó Tenochtitlan, como se levantó México después de la Conquista, como se levantó después del temblor de 85 y de tantas crisis, como estamos de pie ahora.
Nos tenemos a nosotros mismos y somos más fuertes y más solidarios, aun más de lo que nosotros mismos creíamos, claramente somos “La Raza de Bronce” que una vez más brilla refulgente bajo el sol, hermanos cósmicos, hijos del maíz, seres de la misma sangre.
Mi consejo es: no se queden sin hacer nada, todos podemos ayudar, con las manos, con dinero, con conocimiento, no podemos dominar a la tierra, ni la tierra hace esto para lastimarnos; pasaría aunque no existiéramos nosotros. Lo único que nos queda es rescatar lo bueno, cambiar el rumbo. La única manera de convertir una desgracia en una enseñanza es vivirla de cerca, sentirla, no dejarla pasar para no olvidarla, usar nuestra inteligencia para ser mejores, para no llamarlos desastres sino oportunidades, para sacar el espíritu que todos llevamos dentro y convertir la adversidad en fortaleza.
Bárbara Lejtik. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, queretana naturalizada en Coyoacán. Me gusta expresar mis puntos de vista desde mi posición como mujer, empresaria, madre y ciudadana de a pie. @barlejtik