Siempre he sido matadita en la escuela, es más, puede que sea nerd. La diferencia es que en la prepa estudiaba de todo un poco con las miras de llegar a sólo hacer lo que me gustaba. La universidad ha sido un cambio cañón. No es fácil. Uno piensa que será regalada, pero nada. Te tienes que ajustar y lo peor es cuando ves a los compañeros que tienes, sientes que ellos están perfectos y tú aún eres como un extraño.
El sabía claramente desde que nos conocimos hace dos años que mi prioridad eran mis estudios ante cualquier cosa. Me dijo que me apoyaría, ya que vivió lo mismo, pues está terminando su carrera.
Conforme el semestre escolar venía a mí correteándome con tareas y trabajos, tenía menos tiempo para verlo y cuando se podía, esos espacios se convertían en reclamos de su parte.
Decidí hablar, fui a su casa, le expliqué que sentía que nuestra relación no daba más, que teníamos intereses diferentes y que era momento de no lastimarnos y separarnos.
Me sorprendió cuando aceptó que era la mejor decisión que podíamos tomar. Respiré tranquila pensando que todo estaría bien pero era mucho esperar… No tardé en alistar mis cosas para irme cuando empezó a llorar en un drama total y entre sus lagrimones me dice que no puedo dejarlo, que me quiere y que debemos darnos otra oportunidad.
Me sentí la mala del cuento y no pude negarme, sin antes pedirle que respetara mis tiempos de estudio y que aprovecháramos los momentos juntos para hacer cosas divertidas, ir al cine, hacer brownies, lo que fuera.
Esta vez traté de poner más de mi parte y buscar la manera de volver a hacer lo que nos había hecho ser galanes y después novios. Es más, con mis ahorros compré un rompecabezas de mi película favorita, Titanic, para armarlo juntos y le pedí que me ayudara a enmarcarlo cuando lo terminamos.
Mientras que la universidad se ponía más pesada, los problemas crecían. No podía más. En una llamada le pedí vernos en el parque para hablar. En un principio aceptó. A los cinco minutos suena mi celular. No quería discutir pues creo que uno debe hablar cosas delicadas en persona. Pasó lo que no me gusta y terminó por decirme cosas que prefiero olvidar y terminó la relación. Al día siguiente, cuando recapacitó de lo que había dicho, intentó llamarme y empezaron mis silencios durante más de un mes.
Tiempo después, mi hermana me pide que la acompañe a una cena de Navidad con sus amigos y decido finalmente salir. Me la pasé muy divertida y se me acercó un amigo al que conozco hace cuatro años y que por alguna extraña razón, me pone nerviosa. No pasó más.
Tres días después el ahora ex me manda mensaje y me llama. Antes de contestarle, me metí a ver las fotos publicadas de la famosa cena-borrachera y me doy cuenta que hay una donde este chavo me está abrazando. De inmediato entendí hacia dónde iba la llamada y contesté. Me preguntó si tenía un nuevo novio, que si quería a este chavo, en fin… su conclusión era que quería verme en el parque para entregarme mi Titanic enmarcado.
Nos vimos para que me dijera lo mismo que había hablado en el teléfono:
–Es que tú no me quieres.
–No digas eso, sí te quiero, pero no podemos estar juntos.
–No. Es que no me quieres.
–Bueno… ok. No te quiero.
–Es que ya no te gusto.
–No, sí me gustas, pero eso no es lo único que se necesita para estar juntos.
–No. No te gusto.
–Bueno… como digas… No me gustas…
Y comenzó a decirme barbaridades insultantes con una estocada final: “Pues te dije que te daría el Titanic pero fue sólo el pretexto para que vinieras y poderte decir todo lo que pienso. ¡Vete con tu nuevo novio!”.
Me levanté y caminé tranquila, dejando dos años de mi historia en una banca del parque, pensando en mis sueños y mis estudios, y sintiendo que mis brazos se abrían al viento para recibir todo lo nuevo.
Citlalli Berruecos. Tiene estudios de Sociología en la UNAM y la Universidad Complutense de Madrid, España. Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesa, UNAM. Maestría en Educación con especialidad en Educación a Distancia, Universidad de Athabasca, Canadá.