En pleno 2017, cuando grandes logros se han alcanzado en cuanto a la igualdad y temas de género, al parecer son los pequeños detalles los que siguen abonando a la desigualdad día a día.
“Es difícil el reto de meter orden todo eso; mucha gente con quien lidiar. Se necesitaba un hombre con voluntad. Pero no había un solo hombre que tuviera más carácter y voluntad que tú”. Fue una frase que alguna vez escuché mientras me daban una encomienda laboral. Pero por ese mismo carácter me dijeron en alguna negociación que “era demasiado fría para ser mujer”.
Este ejemplo, como tantos otros, forma parte del doble estándar que existe en nuestra sociedad cuando de hombres y mujeres se trata.
Motivados por esa doble medida por géneros, el portal Bored Panda (una revista de rarezas altamente visual, dedicada a exhibir las obras de arte más creativas del mundo, productos poco convencionales y todo lo que es realmente extraño) compiló una lista de ilustraciones perspicaz, que descubre la verdad incómoda detrás de algunas situaciones de la vida cotidiana y es (ligeramente) inquietante por lo exacto que realmente son. A juzgar por las imágenes recopiladas, es claro que a veces términos como “igualdad de género” se reducen simplemente a un eslogan.
Entre ellas destacan varios dobles estándares. Mientras que a un hombre con determinación en el trabajo y autoridad se le celebra como un líder, una mujer se gana el mote de “perra”, “mandona”, “le hace falta un hombre” o de seguro “está en sus días” o “en la menopausia”. Como si nuestra vida sexual o condición hormonal fuese asunto de junta de oficina.
Hay otros ejemplos propios de “micromachismo”, donde al no ser violentada visiblemente una mujer, los hombres juzgan de “locas” o “feminazis” a aquellas que se sienten ofendidas o exigen respeto precisamente por su dignidad de mujer.
El “micromachismo” es un término acuñado en 1991 por el psicoterapeuta argentino Luis Bonino Méndez para dar nombre a prácticas también conocidas como “pequeñas tiranías”, “violencia blanda, suave’” o de “muy baja intensidad”, “machismos invisibles”, “sexismo benévolo” o “microagresiones” basadas en el género. Esto es, maniobras más o menos puntuales de lo cotidiano y casi imperceptibles y ocultas para las mujeres que las padecen.
Estas situaciones son tan comunes como el saludo. Donde la diferenciación entre “señorita” y “señora” parece tan inocua, pero se presta a juegos tales como “¿señorita o seño?” para aludir a la vida sexual de la mujer. Este tipo de comentarios no se da entre los hombres. De acuerdo con Bonino, muchos de estos comportamientos no suponen intencionalidad, mala voluntad ni planificación deliberada, sino que son hábitos comunes donde, al final, la mujer termina marginada o estereotipada.
Lo grave de ellos, según coinciden los expertos, es lo imperceptibles que resultan. De ahí su perversidad. “Producen un daño sordo y sostenido a la autonomía femenina que se agrava con el tiempo”, señala Bonino.
Hay quien piensa que el término está mal empleado. “No me gusta el concepto micromachismos, porque hacemos creer que son inofensivos”, considera la activista y columnista colombiana Catalina Ruiz-Navarro, creadora del hashtag #MiPrimerAcoso.
“En países en los que el feminicidio está a la orden del día, en los que los titulares siguen atribuyendo estas muertes a crímenes pasionales, el de los micromachismos no es un tema del que se hable”, reconoce.
Como sea, no extraña que estas moléculas de inequidad se inoculen desde la educación, como en este ejemplo final:
-Señora maestra, ¿cómo se forma el femenino?
–Partiendo del masculino, la “o” final se sustituye por una “a”.
-Señora maestra, ¿y el masculino cómo se forma?
-El masculino no se forma, existe.