Este mes se cumplieron 110 años del natalicio de Frida Kahlo y el 63 aniversario de su fallecimiento. La doble conmemoración constituyó la oportunidad dorada para que todos aquellos que quisieran demostrar su gusto y refinamiento lo hicieran, denostando la obra de la pintora mexicana.
Así, una forma de presumir que se conocía de arte consistió en postear comentarios burlones o que citaban dos o tres nombres de pintores que sí son “de altura”, a diferencia del ídolo pop en que se convirtió la también esposa de Diego Rivera.
En el sentido contrario al exhibido por muchos mexicanos en redes sociales, el diario español El País reconoció que “a 63 años de su muerte, la Fridomanía, el culto a todo lo que tiene que ver con Frida Kahlo ha servido no sólo para dar a conocer su obra en los museos de medio mundo y abrir espacios al arte mexicano y latinoamericano en otros circuitos, sino también para crear un mito que está a la altura de Picasso, Van Gogh, Dalí y Andy Warhol”.
Esta reacción de la comunidad virtual sobre un tema de alta cultura no es muy distinta de la que provoca en el extremo opuesto la canción de moda “Despacito”. Interpretado por Luis Fonsi y Daddy Yankee, este tema despierta pasiones encontradas. O se le quiere o se le odia, pero no genera indiferencia. Desde hace siete semanas lidera la lista Billboard Hot 100 de las canciones pop en Estados Unidos y ha encabezado la lista de las más escuchadas en Spotify en el mundo. Se le detesta por ser representativa del reggaetón, un género muy cuestionado desde la óptica feminista por varias letras de contenido muy agresivo, pero sobre todo porque se le identifica con los grupos sociales de bajos ingresos, a los que se les reprocha poca educación y cultura.
Sus detractores suelen exhibir clasismo: “es música de choferes de transporte público”. Pero entonces, ¿cómo explicar que “Despacito” sea una de las más descargadas en las tiendas iTunes de Francia, Italia, Alemania y Bélgica?
Un caso más. Televisa anunció recientemente que una de sus series más populares, “La Rosa de Guadalupe”, cumplió mil emisiones. Algunos de los que destacaron este logro se sentían obligados a aclarar que esa emisión no era de su agrado. Y los comentarios a la noticia fueron también burlas y juicios ligeros en los que se acusaba a ese programa de ser la causa de la crisis educativa del país.
Estas son sólo muestras del snobismo que nubla la comprensión de los fenómenos mediáticos y populares. En las redes impera un sentimiento de superioridad moral que es incapaz de reconocer el mérito ajeno y que recurre a la descalificación para borrar al otro.
Esta actitud es contraria a todas las causas sociales –incluido el feminismo– que consideramos dignos de abanderar, y que parten del espíritu de inclusión y del entendimiento del otro.
No es extraño que las agendas sociales se contagien de los lugares comunes y las ortodoxias que denigran cualquier rasgo diferente a lo considerado como digno de lucha, exquisito, de buen gusto o al nivel intelectual de la élite que se proclama activista.
Curioso que, en la modalidad del activismo que menosprecia lo masivo o lo popular, la lucha no se consagra desde la base, sino desde la cima, mirando por encima del hombro en una posición de privilegio.
Suele ocurrir en el caso de las feministas educadas que desdeñan a las que no se posicionan fuerte en el mercado laboral o que consumen aquellos productos de la cultura de masas que desprecian, sin reflexionar o profundizar por qué son significativos para ellas. Argumento parecido al de cierto profesor militante que decide no argumentar con quienes lo cuestionan en Twitter por no contar con dos doctorados, como él.
Otros se enojan de que los votos de las personas sin preparación académica tengan el mismo valor que el de aquellos que son notables y educados.
Así, el rol incluyente de la lucha en el que las causas fuesen plataforma para todos, se desmorona. Las causas se volvieron tribuna desde donde juzgamos a todos aquellos que han sido tocados por el aire de la rosa de la divinidad… y no por el de su intelectualidad.
Y yo misma, como doctora con un máster en artes, quisiera hallar las raíces que moldean el gusto popular y volverlo un tema de debate donde prive menos soberbia y más inclusión. Milagro posible, pasito a pasito, suave-suavecito.