La historia tiene paralelismos, de eso no me queda la menor duda. Agregaría que también coyunturas. Quizá porque como mexicanos estamos muy acostumbrarnos a mirarnos al ombligo; es decir, solo lo que pasa dentro del país. Se nos escapan cosas que suceden más allá de la frontera norte o sur del país. Ya no digamos Europa, Asia o África, en América Latina.
El famoso socavón de la vía rápida en Morelos, recientemente inaugurada, que repentinamente apareció como por generación espontánea, ha dejado al descubierto lo que muchos sospechaban.
Este caso no es ajeno a un fenómeno que ha recorrido a América Latina por lustros: la corrupción. Al mismo tiempo que en nuestro país se discute si debe o no renunciar el Secretario de Comunicaciones y Transportes, en Perú se ha encarcelado al expresidente Ollanta junto con su esposa (que en su momento quería ser la sucesora de él); en Brasil, hay una sentencia de nueve años y medio a Lula y en Argentina hay averiguaciones por enriquecimiento ilícito a Cristina Fernández de Kirchner quien, al igual que Lula, quiere regresar al poder en las próximas elecciones en Argentina y Brasil respectivamente.
Otro caso fue el de Alberto Fujimori y el del expresidente de Guatemala Otto Pérez Molina. Ejemplos abundan.
Pero, ¿qué es lo que ha ocasionado esta férrea tradición o cultura de la corrupción en nuestros pueblos? Sin querer llegar a una reflexión filosófica, me gustaría complementar con mi experiencia lo que vemos día con día en los medios de comunicación con respecto a los casos de corrupción.
Hace algunos años, cuando me desempeñé como ejecutivo de desarrollo de negocios internacionales de una empresa multinacional, tuve la suerte o desgracia de ser testigo de cómo se operaban o cerraban los negocios. Muchas historias las cuento en mi libro Sosha Man (hombre empresa en el contexto de la inteligencia estratégica comercial) que recomiendo su lectura. Estoy seguro que mucho de lo que ahí se cuenta, se parece o rebasa a lo que estamos observando en cuanto a los escándalos de corrupción. Van los casos:
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Antes de que se construyera la línea 12 del Metro (la dorada) la empresa en la que trabajaba estaba interesada en la licitación. Teníamos la mejor oferta en términos de sustentabilidad y tecnología. A través de de un contacto que decía conocer a la gente del gobierno del aquel entonces Distrito Federal, llegamos a un operador que se decía representante del “jefe”. Nos reunimos con él en un hotel del centro de la ciudad. Todo muy raro y sospechoso. Fue al grano. Nos pidió el 5% del valor del contrato. Terminó la reunión. Los japoneses tenían prohibido dar mordidas.
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En un viaje al Orinoco, en Venezuela, nos reunimos con el director de la planta de hierro, un militar nuevamente amigo del “jefe”. La empresa tenía una participación accionaria en la planta. Para evitar ser estatizada por el gobierno de la revolución bolivariana, nos pidió una fuerte suma de dinero. Acabó la comunicación. La planta fue nacionalizada tiempo después.
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Dado que en mi departamento se buscaban proyectos de infraestructura, participé en una gran cantidad de concursos o licitaciones internacionales. Ganamos algunas, pero la mayoría las perdíamos. No podíamos concursar con algunas compañías que mantenía magnificas relaciones con los directores de compras. Curiosamente siempre perdíamos en la oferta económica. Salvo una ocasión; es decir, cuando llegábamos a un nivel de confianza con nuestra contraparte para intercambiar información en el proceso de negociación de la licitación, nunca pudimos saber el monto de la oferta más competitiva; otros sí.
Estos tres ejemplos son solo minúsculos marcos de referencia de lo que se reproduce como práctica habitual en los negocios público o privados en muchas partes del mundo. Decía mi ex jefe, un japonés honesto y de muy buen carácter: “prefiero dormir tranquilo que saber que fui parte de algo que seguramente no terminará bien”. Estoy seguro que más de un personaje que hemos visto en las cámaras de televisión tachado de corrupto no piensa lo mismo.
Adolfo Laborde. Analista internacional http://adolfolaborde.com/