El principal enemigo a derrotar el próximo domingo será el abstencionismo.
Fenómeno que ha crecido en los últimos años por diversas razones: hartazgo, desconfianza, apatía, porque ya no creen en los políticos, sus partidos ni en las encuestas.
Los responsables de ello son los candidatos. Han alejado al electorado porque mienten, utilizan las campañas para engañar. Son dos meses de repetir lo mismo. Pésimas campañas donde solo trasciende la guerra sucia.
No hay innovación, nadie se atreve a ser diferente, nadie se convierte en el producto que los electores necesitan.
Todos recurren a lo mismo: compran voluntades, cooptan necesidades, engañan con propuestas irrealizables, escarban en los clósets de sus adversarios, amañan encuestas y ahora las redes sociales son armas para atacar y denostar a sus oponentes.
El descontento contra la clase política es generalizado y salvo una reacción atípica del electorado, que no creo, los índices de participación mostrarán que el desdén por las elecciones y los políticos siguen a la baja.
En 2011, en el Estado de México el abstencionismo superó el 56%, en Coahuila fue 38.4 % (ocurrió una de las votaciones más altas de la historia del estado), en Nayarit no acudió a las urnas el 38.4% de la población con credencial de elector. En Veracruz, a penas el año pasado, en las elecciones estatales el abstencionismo fue de 46.5%.
El monstruo que representa para la democracia el abstencionismo no se detiene, nadie lo para. En 2009, el promedio nacional era del 35.98%. Actualmente supera el 50%.
En algunos procesos electorales los índices de abstencionismo han superado el 60%. Lo que representa una llamada de cuidado, porque la población menos participativa en elecciones son los jóvenes. Estudios arrojan que 7 de cada 10 jóvenes con credencial de elector no vota.
Los políticos no han sabido llegar a ese sector, no han hecho nada para atraerlos, para quitarles esa apatía, para que crean en ellos.
En la ciudadanía se percibe el desencanto. Un desencanto inmenso no sólo por el “mal humor social” que institucionalizó el presidente. También por tanta corrupción, promesas interminables e irrealizables. Porque a los candidatos se les agotó la fórmula para atraer electores. Al contrario, ahora los repelen.
La gente ya está cansada de esperar cada seis años que se cumpla una promesa. Difícilmente les vuelven a tomar el pelo.
Son diversas las causas: indolencia, desinterés, rechazo social, descontento, desconfianza y anótele las que usted quiera.
Pero tampoco hay que olvidar que a pesar de esos obstáculos, el ciudadano tiene el poder de elegir. El poder de decidir.
Para exigir hay que participar. Votar, además de ser un derecho, es una responsabilidad ciudadana. No hacerlo vulnera aún más nuestra raquítica y vilipendiada democracia.