No nos hace más mexicanos quejarnos, ni comer esquites, ni curarnos la migraña con un té.
Me van a intoxicar con tanto patrioterismo. Son apenas unos días de su mandato y Donald Trump da la orden para empezar la construcción del muro que divida la frontera entre “El Sueño Americano” y el resto del mundo, que empieza justo en nuestra azotea.
Vi la noticia en tres noticieros diferentes, como si se tratara de diferentes idiomas, y no es que no lo entendiera, me quedó clarísimo desde siempre. Tampoco por masoquista ni para darle el golpe, el golpe no creo que haga falta dárselo.
Donald Trump nos desprecia, igual que todos los que votaron por él (quiero aclarar que en el pronombre incluyo no sólo a los mexicanos quienes en esta semana nos ha dado por exclamar mientras nos rasgamos las vestiduras). Nos odia a todos los que estamos en su puerta trasera, a todos los Mexicanos, centro y sudamericanos que hemos visto a Estados Unidos como una posibilidad para tener un mejor nivel de vida, un mejor ingreso económico que ayude a nuestras familias a sobrevivir de la inmunda miseria en la que durante décadas los hijos de nadie, las caras que nadie conoce, los dueños de los nombres que nadie pronuncia, han permanecido subsistiendo, por decirlo de alguna manera, conscientes de lo poco que merecen y de lo poco que importan a una sociedad que ahora pareciera notar que estuvieron allí siempre.
Y lo notamos sólo porque hemos sido incluidos en el desprecio colectivo y ahora sí ponemos el grito en el cielo. El problema no es con la sociedad norteamericana, sino con ese sector de gente que cree y sueña con la supremacía blanca y la soberanía de su nación como la más poderosa del mundo. Pero como en todos lados, hay de todo. Yo de ninguna manera siento que el problema sea con la población, en este caso es con su dirigente y con quienes se identifican con su filosofía. No nos consideran como vecinos gratos, como visitantes distinguidos, como iguales, o al menos como socios dignos de estar a la altura de su grandeza.
Empezaron casi inmediatamente a aparecer todo tipo de publicaciones, memes y comentarios en las redes sociales, cadenas con puntos de vista y consejos. Van y vienen en los chats de WhatsApp y en las reuniones sociales: “El gobierno de México ha de estar de lo más agradecido, no hubieran encontrado ninguna cortina de humo mejor para distraer la atención del gasolinazo y su sarta de trinquetes”.
No sé si es mi imaginación pero siento una indignación en la gente parecida a la de la mamá enojada porque no incluyeron a su hijo en el cuadro de honor del colegio o no fue titular de un partido; ahora todo el mundo se quiere solidarizar, te incitan a boicotear las empresas gringas, a no comprar ni consumir en Wal Mart, en Starbucks, como para que el pedante gobierno de Trump sienta el rigor de nuestro desprecio. Como si esto fuera a servir de algo, como si no fuéramos nosotros mismos los que le entregamos el poder, como si no hubiéramos sido nosotros los que hace poco más de dos décadas aplaudimos TLC y nos sentimos orgullosos de ser los elegidos, los afortunados para compartir un pacto trilateral con dos de las naciones más poderosas, sabiendo siempre que no estábamos al nivel para competir y sin voltear a ver ni por un segundo a nuestros pequeños empresarios, obreros, artesanos, y comerciantes, haciendo oídos sordos a la amenaza de desaparecer como independientes para pasar a formar parte del selecto grupo del primer mundo.
¿Qué hacemos ahora haciéndonos los solidarios, recomendado consumir café mexicano, comprar en el mercado, hacer turismo nacional?
Estados Unidos está lleno de connacionales que nadie quiere de regreso por falta de trabajo, ni nos conviene tampoco que la gente que trabaja para las fábricas y las cadenas comerciales norteamericanas se quede sin empleo.
¿Por qué estamos ahora rasgándonos las vestiduras, defendiendo una dignidad que nosotros mismos hemos entregado? ¿Por qué nos duele ser los hijos de la malinche, los hijos de la chingada?, si sabemos que a pesar de todo lo que podamos decir o hacer esa es la realidad, nos chingaron, otra vez, pero ahora parejo.
No me preocupa el tema de moda del momento, porque sé que pronto va a pasar, pronto nos vamos a olvidar de nuestra indignación y encontraremos otro argumento para compartir en las redes sociales, y antes de que lleguen las vacaciones los muy indignados afortunados pertenecientes a la clase pudiente de nuestro país, encontrarán una razón para renovar sus visas, y los que de cualquier manera no podíamos permitirnos unas vacaciones fuera de México, pues ya sentiremos un poco de consuelo pensando que al fin que ni queríamos.
No nos hace más mexicanos quejarnos, ni comer esquites, ni curarnos la migraña con un té. Nos guste o no, estamos en medio de una vorágine que nosotros mismo pedimos, a la que de mil amores aceptamos entrar.
Es ridículo decir que no consumamos café en franquicias extranjeras cuando las otras opciones son extranjeras también, cuando el sobre de sustituto de azúcar, el vaso y el panquecito también son de origen extranjero, y el refresco que nos vamos a tomar al rato. También los tenis de nuestros hijos, nuestro teléfono, nuestro coche. Esto lo hubiéramos pensado hace mucho tiempo.
Mejor, qué tal si volteamos y le pagamos un sueldo justo a la persona que ayuda en nuestra casa con el trabajo doméstico y la inscribimos al Seguro Social para que tenga acceso a la salud y a la jubilación. Qué tal si mejor dejamos de pagar colegiaturas altísimas en escuelas con nombres en inglés y si dejamos de sentirnos muy listos porque conseguimos un buen precio regateándole a una viejita su trabajo de horas en el mercado.
No me disgustan las iniciativas patrioteras de poner banderas de México en nuestra foto de perfil, de hecho me parece agradable ver tantas banderitas cuando voy a enviar un mensaje; lo que quiero ver es cuánto nos dura la indignación y cuánto vale realmente nuestro espíritu patriota, o si a la primera oportunidad vamos a aprovechar los descuentos y a pensar que de cualquier manera no cambiamos nada castigándonos y dejemos para luego la idea de apoyar a la señora del aseo para que termine la secundaria.
(Perdón por la anarquía).
Bárbara Lejtik, Licenciada en Ciencias de la Comunicación, queretana naturalizada en Coyoacán. Me gusta expresar mis puntos de vista desde mi posición como mujer, empresaria, madre y ciudadana de a pie.