Se nos dice que el siglo XXI es el de las mujeres.
Hace un par de semanas, en cierre de año, me fue mostrado un video que a simple vista resultaba muy simpático. En esta animación, compartida por una página en internet con miles de seguidores, se presentaba una reunión de excompañeras. Era una sucesión de imágenes donde la que era madre de familia deseaba ser exitosa profesionista, y ésta a su vez añoraba una vida familiar, la mujer independiente deseaba el sentimiento de pertenencia de quien no lo era y así sucesivamente. Al terminar, quien había sido la maestra de ellas 20 años atrás, cerraba el video diciendo: y nada ha cambiado, siguen añorando vidas ajenas.
Al leer los comentarios, centenares de mujeres se sentían identificadas. Lo tomaban a manera de risa y confirmaban esa insatisfacción con su propia existencia. Me sentí confundida, no era posible: no sólo que miles de mujeres afirmaran no estar satisfechas, sino que lo veían como algo inherente a su condición de mujer.
En la antigüedad, se consideraba que la mujer era, a lo largo de toda su vida, propiedad de un hombre, tanto del padre, a temprana edad, como del marido. O cuando el mismo padre entregaba la mano de ésta en matrimonio, logrando que las mujeres dependiesen totalmente de los varones para al menos sobrevivir. En esa época, la mujer se conformaba con garantizar una existencia decorosa en lo material. Eso de planear, diseñar metas, objetivos de vida propios, ni siquiera en un sueño era permeado.
En la actualidad, se nos dice que el siglo XXI es el de las mujeres. Que somos buenas madres, buenas trabajadoras, buenas amas de casa, buenas amantes, pero también mujeres. Éstos siguen siendo roles sociales asignados para nosotras, donde se nos permite elegir, pero dentro de las opciones que la sociedad nos da. Por lo que, aunque queramos negarlo, en algunas partes aún no evolucionamos por completo. Aunque al día de hoy no existe un modelo o rol único de lo que implica ser una mujer plena, las metas nos siguen siendo proporcionadas o determinadas por otros.
Es así que nos encontramos ante mujeres que borran sus sueños académicos porque “se le va a ir el tren por andar estudiando”, a exitosas profesionistas renunciando a la maternidad, porque conciliar la vida laboral y familiar todavía es una tarea pendiente. Mujeres inconformes ante el espejo, porque alguien les ha dicho que no son lo suficientemente delgadas, u otras esclavas del bisturí, porque les faltan las curvas que otros creen que deben poseer. Y hay otras insatisfechas porque se les inculcó que las mujeres no deben de explorar y disfrutar su sexualidad.
Y seguimos cumpliendo expectativas ajenas, roles impuestos. Como si esto no fuese suficiente, aparte pasamos la vida en eterna evaluación: nuestra vida ante una sociedad machista que nos enseña que, sea cual fuere el rol que hemos aceptado asumir, tenemos el deber de ser perfectas. No hay otra forma de hacernos perdonar la imperfección de ser mujeres, sino demostrando que podemos ser tan buenas como cualquier hombre.
Es por ello que, antes de emprender la lucha por conquistar este 2017, es necesario asumir el primer reto: conocer y reconocer cuales son nuestras aspiraciones genuinas, las auténticas. No aquellas aspiraciones sembradas ni sueños impuestos. Entender que en la búsqueda por cumplir metas, la perfección no es requisito. Que no hay nada prescrito y olvidarnos de guiones sociales.
Porque incluso en este arduo camino en la lucha por la equidad, hay que sacudirse agendas para ir por lo que verdaderamente vale: atreverse a convertirse en la mujer que decidamos ser. No sentirnos perdidas culminando aspiraciones ajenas ni añorando ilusiones traslapadas. Es en 2017 el momento de ilusionarse con los sueños propios y librar nuestras propias batallas.
Desde el Arcón
Como mexicana y regiomontana, no podía dejar pasar las protestas devenidas en actos vandálicos ocurridas en el país y tristemente en mi ciudad. Es mi deseo que 2017 sea un año de despertar ciudadano: la lucha pacífica por los derechos y la transición hacia una verdadera ciudadanía emancipada. Es hora de rectificar el rumbo, pero sin errar el camino. Me quedo con una frase leída de la cuenta de Twitter del perredista Fernando Belaunzarán que lo engloba a la perfección: Protestar no es vandalizar. Agregaría que protestar sin actuar da igual. Sí hay una causa común: México. No la perdamos de vista.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y doctora en Educación.