2017 se presentaba como un año difícil para el país.
Comenzó el 2017 y los incrementos a los precios de gasolinas, gas y luz ya están entre nosotros.
La impúdica política fiscal del gobierno federal establece nuevos tributos a los contribuyentes cautivos para financiar sus gastos personales, campañas políticas y su pésima administración de los recursos públicos.
Excitados por el Pacto por México, los señores del gobierno se pusieron a gastar más de lo que tenían y el déficit creció. Para justificar el derroche comenzaron a echarle la culpa al entorno internacional de los precios del petróleo y la recuperación del dólar.
En pocos días veremos cómo se encarece la vida de los mexicanos comunes, los que no pueden deducir las gasolinas de sus autos como sí lo hacen los grandes transportistas. Veremos que el precio de la tortilla y el pan sube (se requiere de gas y luz para hacer las máquinas).
Todos los productos de la canasta básica sufrirán, con o sin el permiso de la autoridad, un ajuste. Así se comporta el mercado. Si suben los insumos, sube el precio del producto y lo paga el consumidor final.
Muchos podrán decir que la medida del gobierno es justa pues ya no se subsidiará a los grandes potentados el precio de las gasolinas. Lo que no nos han dicho es a cuánto asciende la flota vehicular de esos ricos hombres de México. Los que no tienen auto, o lo dejan guardado porque no les alcanza con el mísero salario mínimo para andar en coche todos los días, pagan su cuota de combustible en el precio del transporte público, sea concesionado o del gobierno.
2017 se presentaba como un año difícil para el país no sólo por el entorno mundial (la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, el precio del petróleo al alza y la incertidumbre financiera del planeta), sino por la realidad hacia dentro de nuestras fronteras.
Durante la docena trágica –-los gobiernos de Fox y Calderón–, México recibió dinero del petróleo como nunca en su historia; nadie sabe a dónde fueron a parar los miles de millones de dólares de los excedentes petroleros.
Cargamos con deudas añejas de las que la mayoría no es culpable (recates carreteros, Fobaproa y muchas cosas más), dejando que las clase política haga de las suyas en tiempos de bonanza y también en las épocas de vacas flacas.
A mitad de año habrá elecciones en tres estados: Nayarit, Coahuila y el estado de México. Ahí habrá una cauda de recursos listos para el derroche de los políticos. Las campañas tendrán un flujo de dinero por parte de los gobiernos estatales que no quieren que en esos estados se dé la transición democrática.
Aún no llega Trump y ya padecemos su triunfo. Algunos analistas pronostican que la inversión norteamericana hacia México caerá hasta en un 50%.
No tenemos la fortaleza logística ni la imaginación de nuestros gobernantes para introducir las mercancías mexicanas en Europa o Asia. Los tratados de libre comercio con esas latitudes y el sur de América no son suficientes para cubrir lo que le vendíamos a EU.
Tampoco hay fortaleza en el mercado interno. Los gobiernos se cansaron de deprimir el poder de compra de la menguada clase media, no sólo con salarios de hambre, sino con mayores cargas impositivas.
En estos primeros días de enero hemos visto algunas manifestaciones de descontento por el alza de las gasolinas. Y a pesar de que los gorriones del gobierno acusan a las “legiones de idiotas e imbéciles” de salir a las calles y a cerrar carreteras, esperen a ver lo que sucede cuando los frijoles, el jitomate y las tortillas suban a niveles que pocos podrán pagar.
Este capítulo de la vida nacional ya lo vivimos. Carestía, más pobreza y menos calidad de vida como en los años de Echeverría y López Portillo. Además de la corrupción y la impunidad, tenemos que lidiar con los discursos poco creíbles de los hombres del poder que aseguran que todo lo hacen por el bien de nuestros hijos ¿Verdad que nadie se levanta pensando cómo joder a México?