Las reuniones navideñas incluso pueden ayudarnos a combatir la dependencia de los gadgets.
Estúpido es creer que el regalo está dentro del paquete, siempre, siempre, siempre, son las manos que lo entregan.
Mucho se habla del consumismo en la temporada Navideña, por un lado los medios de comunicación nos bombardean de anuncios sobre diferentes productos de consumo, y a la vez no faltan las buenas conciencias que nos advierten sobre los riesgos de abusar con los gastos y quedarnos en números rojos empezando el año si nos dejamos llevar por la vorágine navideña.
En realidad, poco sabemos sobre el origen de muchas de las tradiciones que festejamos en esta temporada, en general nos limitamos a decir que conmemoramos el nacimiento de Jesús para los que somos cristianos, y otras culturas y religiones festejan también el renacimiento del sol y una serie de historias, algunas ancestrales y otras modernas, como la llegada de Santa Claus y cosas por el estilo. El chiste es que en diciembre pocos somos los que nos salvamos de la influencia mediática y tarde o temprano acabamos cayendo en la inercia popular.
¿Es realmente malo salir a festejar o comprar regalos para nuestros familiares y amigos?
Si lo analizo desde el punto de vista social, creo que tener como pretexto una festividad para reunirnos con amigos y familiares que no vemos frecuentemente, asistir a brindis con compañeros del trabajo, participar en intercambios de regalos en diferentes círculos sociales con gente a la que en otras circunstancias no tendríamos la confianza nunca de darle un obsequio y menos de buscar para convivir, me parece una excelente terapia, una válvula de escape.
Cada vez nos cuestan más trabajo las relaciones interpersonales, nos volvemos más introvertidos y nos escondemos muchas veces detrás de nuestros teléfonos y gadgets para tener amistades virtuales, ¿Qué tiene de malo entonces una vez al año, nos guste o no, reunirnos con gente para brindar, bailar, intercambiar obsequios y buenos deseos?
En muchas ocasiones nos encontramos distanciados de familiares y amigos y es en esta temporada cuando las familias buscan siempre el acercamiento, limar asperezas, propiciar reencuentros; los mayores de la familia esperan todo el año para tener nuevamente a su gente reunida alrededor de su mesa, y los niños llegan llenos de ilusión a convivir y a recibir sus regalos, que no tienen forzosamente que ser artículos costosos.
Finalmente lo que la gente busca es obsequiarse a través de regalos, darse un poco o un mucho a los demás, he aquí la enorme diferencia entre un artículo comprado por compromiso y uno que buscamos con la intención de demostrar nuestro cariño, de prodigar un poco de nosotros. Prodigar es un verbo hermoso y conjugado en primera persona es aún más bello, porque de eso se trata la vida, ya sea el pretexto la Navidad, el Día de la Madre o cualquier otra fecha no es más que eso, un pretexto, cuando el origen de nuestra intención es compartir.
Si analizamos las cosas desde el punto de vista de la economía, también es conveniente mover el dinero, generar energía, de nada sirve quedarnos inmóviles, todos de alguna manera estamos involucrados en la economía nacional y salir a gastar, equilibra los ingresos; claro, sin derrochar ni comprometer lo que no tenemos, esto nos beneficia a todos, a los pequeños y grandes consumidores, a los microempresarios y a las grandes corporaciones que a su vez generan empleos y divisas. Ir a comer a restaurantes, arreglarnos en el salón de belleza, comprar insumos para preparar una cena, asistir a un buen espectáculo no sólo nos proporciona alegría, sino que mueve la energía y el dinero.
Comprar en bazares, tianguis de artesanías, hacer encargos a amigos que tienen facilidad para la cocina o las manualidades, son una grandes formas de ayudar. Ésta es una época a la que todos le podemos sacar provecho de una u otra manera, a todos nos conviene y todos nos beneficiamos.
Y por último, están las partes más importantes: la salud y lo emocional. Finalmente la Navidad se trata de volver a la niñez, de reconciliarse, de recordar las tradiciones de cada familia, de recibir con alegría, de regalar sin reservas, de divertirse y hacer recuentos y reencuentros.
Nada más sanador ni más reconfortante que bailar con los amigos, brindar con los compañeros, envolver un regalo para tu mamá, ver las caritas de emoción de los niños al poner sus cartas en el árbol, ver a un familiar que vive lejos, a un viejo amigo, visitar a los abuelos, buscar en algún lugar el regalo perfecto para la pareja.
Como dice una querida amiga: “La vida es como una paleta helada, la chupes o no, igual se va a acabar”.
Y con quejarnos y perdernos de lo bonito de la temporada no vamos a solucionar ni el caos vial, ni la efusividad colectiva, así es que mejor a disfrutar con responsabilidad y aceptar lo que la bonita luna llena de esta semana nos enseña: darse sin reservas y con una generosidad digna de imitar.