Las adolescentes y jóvenes están dispuestas a defender el cambio que ellas ejercen.
En medio de las tantas malas noticias que nos deja 2016, quiero hacer una tregua para subrayar los acontecimientos esperanzadores para el futuro.
Seguramente usted tendrá una o más referencias sobre éste mi subrayado hallazgo del año.
Se trata de la evidente emergencia de una generación de niñas, adolescentes y jóvenes dispuestas a defender el cambio que ellas ejercen ya de manera cotidiana.
Lo viví de manera personal con mi sobrina María Paula de 19 años de edad, quien en una de esas deliciosas discusiones familiares nos dio una lección contundente de lo mucho que a los mayores nos falta aprender en torno a la diversidad sexual que ahora caracteriza a nuestra sociedad.
Y es que nosotros todavía hacemos preguntas tontas como esa de si alguien es bisexual o homosexual, o de cómo se le llama a “una vestida”. Incluso nos sorprendemos cuando los muchachos defienden su derecho a nuevas formas de convivencia y se niegan a la tradicional conyugalidad.
Este año también me tocó atestiguar cómo la hija de una legisladora reclamaba a su madre la pretensión de echar por tierra la iniciativa de los matrimonios igualitarios.
“Con qué derecho quieres coartar el derecho de los otros”, le decía impotente la joven.
Otra adolescente, cuentan los diputados del PRI, le rogó a su madre que no se pronunciara en contra de esa iniciativa.
“¿Con qué cara voy a ver a los ojos a los amigos si tú los estas condenando al rechazo?”, le reclamó la niña a la política.
La anécdota fue compartida por la propia priista la tarde en que se había sepultado la propuesta presidencial.
Al final, sus voces no fueron escuchadas. Se impuso la línea y el conservadurismo.
Pero a mí me alienta pensar que los legisladores que hoy se niegan a reconocer las libertades democráticas, no pueden rendirle buenas cuentas ni a sus propias hijas.