La posverdad y cómo la utilizan los políticos, los demócratas, los buenos y los igualitarios.
Como cada año, el Diccionario Oxford eligió la “palabra del año” de entre las más utilizadas en idioma inglés en 2016: “post–truth” (posverdad); según explicó, por sus implicaciones en un año marcado por acontecimientos cimbrantes como el triunfo del Brexit en Reino Unido y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos.
Es un término que ya tiene una década en uso, pero este año se popularizó. Su definición, según el diccionario, es la siguiente: “Que se refieren o denotan circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menor influencia en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
En un artículo reciente, The Economist se refiere a la “política posverdad” y sus consecuencias. Una de ellas es el uso sistemático de slogans o ideas con fuerza que manipulan y tergiversan la realidad para deslegitimar a un rival o a una posición política contraria.
Pero en la vida corriente, en nuestro día a día, la posverdad parece estar estableciéndose silenciosamente, cegándonos y recreándonos una realidad que dista mucho de lo “real”.
Ejemplos de esta sociedad de posverdades hay muchos, y no tienen que ver necesariamente con denostaciones entre adversarios. La predisposición social a privilegiar un discurso políticamente correcto distorsiona la realidad al grado de que nos creamos el paraíso de la tolerancia y la equidad mientras lo impresentable lo barremos debajo de la alfombra.
En una sociedad donde a viva voz nadie se admite como homofóbico, México es la segunda nación con mayor índice de crímenes por homofobia –sólo superada por Brasil–. La CDMX, en apariencia tan liberal y denominada como gay friendly, es donde se comete en mayor medida este tipo de delitos, de acuerdo con investigadores como la de Gloria Careaga, del Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM.
Hace poco más de un año, las redes sociales en nuestro país se pintaron con avatares y fotos de perfil de colores. Era el apoyo de una sociedad al matrimonio igualitario aprobado en EU. El entrar a Facebook o Twitter, proyectaba una imagen colorida que nos mostraba como una sociedad tolerante y abierta. Una sociedad, que ante la iniciativa del Presidente Enrique Peña Nieto para matrimonios igualitarios, se lanzó a la calle y apoyó a organizaciones que, al grito de la defensa de la familia y en contra de la ideología de género, mostraron lo alejado que estábamos de ser esa sociedad tolerante y liberal.
En el mismo tenor del choque de las realidades simuladas y los hechos que las confrontan, aparecemos a nivel político como un Congreso que destaca por la equidad; de acuerdo con la Unión Interparlamentaria, de entre 58 países, México está a la cabeza. En la LXIII Legislatura de la Cámara de Diputados, 42.4% son mujeres y 36.7% en la Cámara Alta son senadoras. Si bien las cifras son reales, son un mero espejismo a la hora de hablar de empoderamiento femenino.
De acuerdo con datos del Inegi, entre 2006 y 2015 se han cometido 21 mil 45 homicidios en contra de mujeres; de éstos, no se tiene claridad cuántos casos constituyen en realidad feminicidios o crímenes de odio, ya que la información es deficiente. La muerte de las mujeres ni siquiera ha sido lo suficientemente relevante como para establecer mecanismos de recopilación de información al respecto.
Se pueden enlistar, entre las realidades que creemos vivir, el ser una sociedad con más educación sexual, mientras los datos nos golpean en la cara. Nuestro país ocupa el primer lugar de nacimientos entre adolescentes de entre 15 y 19 años, con 77 alumbramientos por cada mil mujeres; la estadística abarca los 34 países que integran la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), informó el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
¿Cuál es el México real? Definitivamente, el del machismo escondido detrás de esa pose de protección; la intolerancia y la homofobia encubierta en la defensa de valores que sirven sólo para la presunción en las redes sociales, incluso de los funcionarios que se llenan la boca de su presunto compromiso con causas progresistas que nunca se traducen en políticas públicas efectivas.
Sí, la posverdad no es sólo la mentira institucionalizada para encumbrar a demagogos. También existe la demagogia de los “buenos”, “demócratas” e “igualitarios” que creen que basta con endulzar el oído para trasformar la realidad.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola
Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y candidata a doctora en Educación.