Sufrió bullying sólo por ser bonita.
Carlota siempre fue una niña bonita. Ésos ojos marrón que enamoraron a su papá desde que nació, eran un sello irrefutable. No había tienda, restaurante, parque o calle que no le dijeran lo mismo: “Que hermosos ojos tienes”.
De tanto escuchar halagos a sus virtudes estéticas, llegó a sentirte muchas veces incómoda. Le molestaba tanto piropo. Dentro de ella sabía a su corta edad que no era sólo una carita; además le gustaba pintar, nadar, jugar con otras niñas que por lo regular la hacían a un lado. Nunca la invitaban a jugar y siempre la relegaban. Eso sería el inicio de lo que prometía ser una vida cargada de hostigamiento-bullying, y todo por ser bonita.
Las cosas no mejoraron en su adolescencia. Nunca hubo queja de ella en casa o en la escuela. La mejor alumna y las mejores notas. Bien portada y una consumada deportista. Ganaba todas las competencias de atletismo y natación, y eso le hizo un cuerpo espectacular.
Los chavos guapos del colegio la asediaban y las compañeras la detestaban. Los primeros sólo se la querían colgar como una medalla para presumir que andaban con la niña bonita de la escuela, y las segundas, no perdían la oportunidad de llamarla arrogante, soberbia… llegó el momento en que de tan solicitada por los hombres, le hicieron –las mujeres– la fama de golfa.
Se volvió una chica solitaria y en su soledad se preguntaba por qué el desprecio de las demás. ¿Por qué el bullying? ¿Por qué su belleza le cerraba tantas puertas? ¿Por qué? Tuvo momentos de crisis emocionales en que le confesaba a su mamá que le hubiera gustado ser fea.
Terminó la carrera de leyes con mención honorífica. Su brindis de titulación fue muy sobrio. Ninguna de sus compañeras de clase quiso ir, y ninguno de los hombres de su clase apareció porque o los había opacado y ofendido en su orgullo viril, o porque nunca les hizo caso para salir con alguno.
Los rumores de que era lesbiana se esparcieron por toda la facultad, pero no, ella no es lesbiana. Carlota sólo quería conocer gente y hacer amigos. Los novios no entraban en su presente porque se dedicó por completo a los estudios y a ser una excelente abogada.
A pesar de que su padre es un prominente abogado, se abrió paso sola y consiguió su primer trabajo en un despacho de mucho prestigio donde las miradas de desaprobación de sus colegas mujeres eran tan obvias, que decidió ser amable y tratar de ganarse la simpatía de todas. No lo consiguió. Se rumoraba que había conseguido ese puesto gracias a sus “atributos” y a su encanto de mujer hermosa.
Los compañeros la vieron como una posible presa de seducción y la imaginaron muchas veces en sus camas. La mayoría eran casados.
El jefe del despacho, un abogado ya bastante mayor, la protegía como a una hija, y le sugirió siempre que no se dejara llevar por los comentarios y la “mala leche” a su alrededor. Su empresa primordial era ser una profesionista eficaz y correcta.
No ocurrió lo mismo con la subjefa del despacho. Una mujer cincuentona y poco agraciada, que le puso todos los obstáculos y trabas posibles por hacerla fallar en sus diligencias y dejarla en ridículo.
Pero Carlota no se dejó vencer. Con el tiempo, tomó la bandera de las causas en que las mujeres sufrían de discriminación por el hecho de serlo. Se convirtió en una feminista de corazón. Pero no de las obsesivas ni de las que manejan el discurso de la lucha barata y corrompida. Sus ideales están basados en la justicia y en la verdadera equidad de género, pero sin abusar.
Carlota no cree en el chantaje feminista ni el absurdo del llanto per se. Ella confía en la pelea igualitaria y en darle su justo valor a las cosas que lo tienen.
Un día tropezó en el camino con Fabiano, joven abogado que discutía con otros sobre la importancia de la igualdad y la colaboración entre ambos géneros.
Fabiano tiene un hermano gay, y defiende todas las posturas, es amigo y promotor de la diversidad.
Qué grato sabor de boca le dejó a Carlota tomar ese par de copas de vino chileno con un hombre tan interesante, y además el primero y el único que no se la quiso meter a la cama a la primera.
A sus 27 años, Carlota recorre sitios donde se atiende a mujeres violentadas, a jóvenes transgénero que buscan una aceptación y un entendimiento de parte de la sociedad. Jovencitas que luchan por salir de sus entornos, son ahora su prioridad. Mujeres que se confiesan con ella y le abrazan con lágrimas en los ojos porque, finalmente, alguien las entiende. Todo eso de la mano de Fabiano.
Sonríen mucho y pasan horas discutiendo puntos de vista. No todo es miel sobre hojuelas. El discernimiento de temas en común y en contra, los acerca cada vez más.
Fabiano ya ha sido presentado como novio en casa de Carlota. Carlota ya ha sido presentada como novia en casa de Fabiano.
Ahora se mira en aquel mismo espejo que fue su confidente cuando sus soledades y sus angustias al sentirse rechazada por ser bonita.
Su belleza alguna vez le cerró las puertas de la felicidad, pero su talento, confianza e inteligencia, le han abierto otras.
Carlota es bonita, feliz y triunfadora. Como ella, debe haber muchas.
Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a nadie”.