10% de la población económicamente activa es acosada sexualmente en México.
Hace unos días se realizó el foro Diálogos sobre Paridad de Género, organizado por el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Tabasco. Ahí, el presidente de la Sala Regional Xalapa del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), Juan Manuel Sánchez Macías, opinó sobre la inclusión de la mujer en el mundo laboral. Destacó que no consideraba oportuno otorgar a las mujeres posiciones por mera cuota de género, sino por aptitudes. Las mujeres deben ocupar cargos por su inteligencia y no porque estén “bien buenas y tengan unas nalgas exquisitas”, dijo.
A Sánchez Macías —quien aclaró que era padre de una mujer, pero ella estaba exenta de esa costumbre– le duele que a la mujer se le permita llegar a cargos por tener acostones “con el líder, el gobernador en turno, el titular de alguna dependencia o el director de la empresa”, según fueron registradas sus palabras.
Como si lo anterior no fuese suficiente, añadió, “las mujeres hacen falta en los Congresos federal y estales, en el Senado, gubernaturas y hasta la Presidencia de la República, pero que lleguen al cargo por capacidad y sepan mandar, organizar, tomar decisiones y tengan trabajo de partido y en la función pública”.
Como era de esperarse, se viralizaron sus comentarios y el magistrado se vio obligado a renunciar. Todo podría pasar como un ejemplo desafortunado, si desgraciadamente no fuese un caso aislado.
Ser mujer y trabajar es un riesgo. Más si la mujer tiene la ocurrencia de poseer “nalgas exquisitas” o al menos así le parece a su jefe o compañeros. “Las auxiliares son prestación laboral”, alguna vez escuché este comentario que me repugnó.
En México, los casos de acoso sexual hacia las mujeres (sin considerar otro tipo de hostigamiento) superan los 25 mil al año, pero únicamente 40% de estas situaciones llegan a denuncia, según estimaciones de la Secretaría de la Función Pública. A nivel mundial, 12 millones de mujeres sufren acoso, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Ese número es suficiente para que Europa considere en su legislación laboral este tema como un riesgo de trabajo.
No es así en México, a pesar de que 1.4 millones de mujeres padecen acoso sexual en el trabajo; esto es el 10% de la población económicamente activa, según reveló un estudio del Colegio Jurista en 2012. Además, el 99.7% de los casos no se denuncia.
¿Qué desmotiva a las mujeres a denunciar a sus agresores? A diferencia de sus madres, las mujeres jóvenes fueron educadas para ser libres. Pero, al igual que ellas, fueron aleccionadas a que vivir tenía un riesgo y que era inherente a ellas, a su género. Porque las mujeres desde pequeñas aprenden bien esa dualidad: se espera que sean bellas, atractivas, pero no provocativas. Estar “bien buena”, en una sociedad como la nuestra, es sinónimo de andar por el mundo exponiéndose o sinónimo de andar ofreciendo acostones a cambio de puestos.
El magistrado olvida o desconoce que el físico de la mujer no la vuelve más o menos capaz intelectualmente, y que tener una apariencia atractiva no es sinónimo de ser mujer “fácil”. No obstante, para la sociedad es prioritario no sólo reaccionar, sino solucionar de fondo este problema, que imposibilita la convivencia social de forma sana y sin riesgos.
Urge atacar la raíz que empieza, entre otras razones, cuando el criterio para ascender laboralmente no depende en la mayoría de los casos de valoraciones objetivas, sino del ojo masculino.
Y para nosotras las mujeres es hora de que no veamos a nuestro cuerpo como un delito, ni que adoptemos actitudes de culpa ante el acoso o resignación ante el escalafón corporal que se nos ofrezca. Es hora de demostrar que somos seres plenos, libres de ejercer una sexualidad sin remordimiento y explotar nuestro potencial intelectual sin nubarrones de dudas alrededor.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola
Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y candidata a doctora en Educación.