La innovación no es prioridad en las políticas públicas de nuestro país.
El mercado global experimenta las primeras etapas de un cambio radical en la forma que se produce, consume e interactúa. La llamada Cuarta Revolución Industrial, impulsada por la innovación y el cambio tecnológico, ya es una realidad.
En este nuevo contexto económico, las políticas públicas de corte “tradicional” e incluso las reformas estructurales tan promovidas en países como el nuestro, ya no son suficientes para garantizar el crecimiento económico.
Es por ello que organismos internacionales como el Foro Económico Mundial o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), subrayan la importancia de la innovación como fuente primaria del crecimiento y prosperidad futuros.
Día con día, la economía, tal como la conocemos, se transforma en una base de conocimientos. La generación de ideas es, cada vez con mayor frecuencia, la clave para para expandir y mantener atracción competitiva de los países, incluso por encima de factores clave como el capital o el marco institucional. Así, la innovación se convierte poco a poco en el origen de la economía del futuro.
• Innovación y conocimiento
La innovación es el proceso central para la generación de ideas. En las últimas dos décadas, los países y empresas más exitosos a nivel global han incrementado potencial competitivo a través de la inversión en ideas productivas o “activos basados en conocimiento”.
La inversión en activos basados en conocimiento depende de la orientación de la economía a la producción de mercancías y servicios de alto valor agregado, e intensivos en innovación.
Estados Unidos, Japón, Alemania o Corea del Sur, son ejemplos de economías que impulsan su competitividad y crecimiento económico a través del conocimiento.
En 2013, la inversión estadounidense en activos basados en conocimiento fue 1.5 veces superior a la realizada en activos fijos. En países como Dinamarca y Suecia, la inversión en conocimiento se elevó en 90%, mientras que en Francia y Alemania creció 80%.
Este patrón de inversión muestra la estructura de las economías y la intensidad en el uso de conocimiento. No sorprende que estos países se encuentren catalogados como las economías más competitivas e innovadoras del mundo.
• Políticas públicas para innovar
El principal atributo institucional de los países más competitivos, es la capacidad de sus gobiernos para definir políticas que preserven su talento y fomenten la innovación. En estos países, la inversión en educación, el apoyo fiscal a empresas con potencial innovador, el financiamiento al desarrollo científico-tecnológico, son prioridades públicas.
En contraste, México no cuenta con las políticas necesarias para ser competitivo a través de la innovación y el conocimiento. La calidad de nuestro sistema educativo nos ubica en el lugar 117 de 140 países y, en cuanto a la enseñanza de matemáticas y ciencias, estamos en el lugar 126 (World Economic Forum, World Competitivenes Report 2016).
Las políticas gubernamentales existentes para financiar el desarrollo innovador, son deficientes. Nuestro país destina apenas 0.5% del PIB a la inversión en actividades que generan conocimiento. Es claro que la innovación y la investigación científica no se encuentran entre las prioridades a la hora de asignar presupuesto público.
Con este bajísimo nivel de inversión, nuestra economía no sólo no puede elevar su capacidad competitiva frente a otras naciones, sino que además impide generar conocimientos propios que permitan transformarnos de una economía manufacturera de ensamble a una generadora de mercancías de alto valor agregado.
La protección de derechos de propiedad intelectual es otra barrera importante. Según el estudio del BID, el sistema de protección de propiedad intelectual es lento, costoso y poco eficaz, principalmente para las PyMES. Esta deficiencia institucional favorece la piratería y suprime el espíritu innovador, ya que impide generar valor económico a través de las ideas.
Por si esto fuera poco, la política fiscal mexicana no incentiva el crecimiento del ecosistema innovador que el país requiere. Los incentivos fiscales para actividades de investigación y desarrollo fueron eliminados como parte de la reforma fiscal 2010.
El CONACYT financia proyectos y empresas mexicanas innovadoras a través del “Programa de Estímulos a la Investigación, Desarrollo Tecnológico e Innovación”. Desde 2009, en este programa se reporta haber apoyado a más de 4 mil proyectos de innovación tecnológica con una inversión pública total de 18 mil 668 millones de pesos (cerca de 1.1 mil mdd): http://www.conacyt.mx/index.php/comunicacion/comunicados-prensa/509-lanzan-convocatoria-nacional-de-estimulos-a-la-innovacion-2016
Si comparamos esa cifra con los estímulos fiscales para investigación y desarrollo empresarial de otras economías emergentes como Brasil, China, Rusia y Sudáfrica, veremos que es una cantidad ínfima. Tan sólo en China, los estímulos para innovación ascendieron a casi 50 mil millones de dólares sólo en el año 2013.
¿Qué sucede en México? Diseñar políticas e instituciones públicas que promuevan y sustenten la creación de valor a través de las ideas, requiere entender las fuerzas que rigen la innovación. En México no hemos asimilado que las ventajas competitivas ya no provienen de factores como la ubicación geográfica, la mano de obra abundante o un marco macroeconómico estable. Lo cierto es que nuestro país no invierte en elementos clave que sustenten la transformación de nuestra economía tradicional hacia una del futuro.
Desafortunadamente, los costos de no contar con mayor innovación ya son muy altos. El panorama competitivo global está cambiando y México se está quedando atrás.
Paola Palma Rojas. Articulista especializada en análisis de políticas públicas, macroeconomía, comercio internacional, competitividad e innovación. Maestra por el ITAM y por el IPN.