No adecuarse al canon de belleza corporal es motivo de burla.
De niños, todos soñamos con ser superhéroes. La fantasía más frecuente es la de poder volar. En lo personal, tengo amigos que en sus anécdotas de vida cuentan con descalabradas y caídas del techo, en sus intentos por transformarse en Superman con una toalla colgada en la espalda.
Es por eso que sentí simpatía cuando leí sobre el nombramiento del personaje de cómics La Mujer Maravilla como nueva embajadora honoraria de la ONU para el empoderamiento de las mujeres y las niñas. La famosa heroína, también conocida como la princesa Diana de Themyscira y que cumplirá 75 años dentro de un mes, fue seleccionada como la imagen en el arranque de una campaña con duración de un año en medios sociales y de comunicación para promover la igualdad de género.
Contrario a lo que se esperaba, la decisión provocó indignación entre los miembros de la ONU y defensores de los derechos de las mujeres. Empleados anónimos de Naciones Unidas impulsaron una petición en internet argumentando que La Mujer Maravilla no es una opción apropiada.
Los inconformes han objetado la apariencia física del personaje, “una mujer blanca de proporciones imposibles, grandes senos, con un traje ceñido, brillante y de escasa tela que deja el muslo al descubierto y tiene un adorno de la bandera estadounidense y botas a la altura de la rodilla; el epítome de una chica atractiva”.
Los detractores consideran “decepcionante” que la ONU “no fuera capaz de encontrar a una mujer en la vida real capaz de defender los derechos de todas las mujeres en el tema de la igualdad de género y la lucha por su autonomía”.
Mientras leía las críticas, no podía menos que asombrarme. Tiempo atrás había tenido la oportunidad de leer sobre el surgimiento de la tan ahora polémica heroína, gracias al lanzamiento del libro The secret history of Wonder Woman (Penguin Random House, 2014), de Jill Lepore, profesora de Historia Estadunidense y colaboradora habitual de The New Yorker.
La Mujer Maravilla surgió en 1941 como una princesa amazónica creada por el sicólogo proveniente de Harvard, William Moulton Marstos. Su inspiración fueron las líderes del movimiento sufragista, consideradas durante mucho tiempo un icono del feminismo.
En 1939, Marston publicó en una revista el ensayo “¿Por qué no deshacerse de los prejuicios costosos que te detienen?”. Hizo una lista de los tipos más comunes de prejuicios, en los que destacaba aquellos contra las personas no convencionales y no conformistas. Hablaba también de su experiencia personal, pues –dato curioso– él mismo fue bígamo, conviviendo bajo el mismo techo con sus dos esposas e hijos procreados con ambas.
En una época en la que surgieron detractores de los comics por su violencia y marcada masculinidad, Marston pensó que la mejor forma de contrarrestar estos defectos era “crear una super heroína”.
Por ello, en febrero de 1941, Marston presentó el proyecto de su primer guión, explicando los orígenes del Amazonas de la Mujer Maravilla en la antigua Grecia, donde los hombres habían mantenido a las mujeres en las cadenas, hasta que se liberaron y escaparon.
“Las nuevas mujeres, así liberadas y fortalecidas, por el apoyo entre ellas mismas, desarrollarían un enorme poder físico y mental”. Su historieta estaba destinada a ser la crónica de “un gran movimiento en curso, el aumento del poder de las mujeres”. Sí, el tan anhelado empoderamiento de género.
La Mujer Maravilla debutó en All-Star Comics en diciembre de 1941. Llevaba una diadema de oro, un corpiño rojo, calzoncillos azules y rojos, botas de cuero hasta la rodilla. Había dejado el paraíso para luchar contra el fascismo –una viñeta incluida en el libro de Lepore la representa luchando contra los líderes del eje Berlín-Roma-Tokio– y por el feminismo en Estados Unidos, “la última fortaleza de la democracia y de la igualdad de derechos para las mujeres”.
Los detractores de la Mujer Maravilla dejan ver que la lucha de la heroína no ha sido del todo exitosa. Y aquí seguimos, en el mundo occidental, empantanados en el limbo de la corrección política, donde no adecuarse al canon de belleza corporal es motivo de burla, pero también el ser demasiado atractiva, demerita.
El problema no se soluciona dando mil íconos al empoderamiento femenino, sino lograr ver más allá de la apariencia. Ser libre de correcciones y falsas modestias, y atreverse a ser poderosamente maravillosas. Ese día, sin necesidad de embajadoras, seremos heroínas de carne y hueso.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola
Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y candidata a doctora en Educación.