Trump intenta disimular su lenguaje ofensivo con un pretexto: “era una charla de hombres”.
Hace apenas unos días, escuchamos el esbozo de disculpa que el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, hizo referente a los comentarios despectivos que ha pronunciado contra varias mujeres. Son famosos los insultos y agresiones proferidas contra la actriz y conductora Rosie O’ Donnell, la periodista Megyn Kelly, y la esposa de su correligionario y rival Ted Cruz, Heidi Cruz, además de Alicia Machado, ex Miss Universo, cuyo caso recordó la aspirante demócrata Hillary Clinton.
De acuerdo con Trump, el hecho de haber llamado a sus adversarias “cerdas” y “gordas”, o declarar que le causaban asco, responde al “propósito del entretenimiento”. Un Trump mucho más suave dijo que “no hay nadie que tenga más respeto por las mujeres que yo”, en declaraciones a la cadena de televisión local News 3, en Nevada, donde hizo campaña el pasado miércoles.
Inquieta el que un lenguaje tan agresivo y soez como el del magnate pueda ser visto como algo divertido. No logro comprender dónde está lo gracioso en decirle “perra” a una mujer, o en usar el periodo menstrual como ofensa. En esa reflexión estaba, cuando surgió un nuevo escándalo aún más estruendoso.
Dos días antes del segundo debate, y dos días después de haber presentado su disculpa, la grabación de una conversación privada de Donald Trump, realizada en 2005, fue difundida públicamente a través del diario The Washington Post. En ella, el candidato republicano describe en términos vulgares sus técnicas de seducción, donde se jacta de sus besos, manoseos e intentos de tener relaciones sexuales con mujeres.
“Cuando eres una estrella, nos dejan hacer… uno puede hacer lo que quiere”, presume Trump en ese material. La tormenta mediática no se hizo esperar y sucedió lo inusitado: en menos de 72 horas Trump se vio obligado a disculparse por segunda ocasión. “Esta fue una charla de hombres, una conversación en broma y privada, que tuvo lugar hace muchos años”, se justificó. Este intento de disculpa, en la cual insistió en el debate del domingo, fue su línea argumentativa: es una locker room talk, plática de vestidores.
Si bien los comentarios que se escuchan en el audio son ofensivos y demuestran un desprecio por la mujer como mero objeto sexual a su disposición, la disculpa de Trump complementa el insulto con una carga innegable de realidad: “era una charla entre hombres“; hombres que culturalmente han aprendido que la mujer es un objeto sexual, sin voluntad propia, destinada a satisfacer los instintos o deseos de dominación de un macho.
En ese imaginario social –admitido explícitamente por Trump, aunque compartido inconscientemente por millones de personas–, la mujer carece de libertad con deseos y voluntad de decidir cómo y con quién ejercer su sexualidad. Ante los ojos de Trump y muchos otros, es normal suponer que la mujer se rinda ante un hombre de poder y acceda a su acoso.
Desgraciadamente, no sólo Trump piensa así. Hace unos cuantos meses apenas, una campaña en la red social Twitter promovió la denuncia del asedio sexual del que somos víctimas las mujeres en México, bajo el hashtag #MiPrimerAcoso. Este fin de semana, surgió un hashtag similar en Estados Unidos con resultados similares.
Las historias compartidas ahí eran desgarradoras, no sólo por la edad a la que se sufre, sino porque todas hemos experimentado ese acoso como algo propio en la vida de la mujer, como si fuera una condición inevitable. Porque, como quedó de manifiesto en el audio de Trump, simplemente ellos pueden hacer lo que quieren y alardear de ello.
Y esto es una verdad que seguirá mientras que la mujer no sea revalorizada tanto por los hombres como por ellas mismas. Se necesitan hombres conscientes de que en su relación con las mujeres se encuentran en una interacción de iguales, con alguien que posee decisión y autonomía sobre su cuerpo en el ejercicio de su sexualidad, y no con un objeto que se puede poseer y manipular sin necesidad de consentimiento. Hombres conscientes que son cómplices de esta cultura de acoso cuando participan de estas “pláticas de hombres”.
Y también se necesita que las propias mujeres hagan valer su derecho a decir “no quiero, no soy un accesorio más de tu virilidad. Yo decido cuándo y con quién”. Ya basta de una cultura de endiosamiento a la frivolidad, en detrimento de la educación en la civilidad. Porque hay algo que debe quedar claro: mi dignidad no es entretenimiento de nadie, ni el ejercicio de mi sexualidad tema para una plática de vestidores.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola
Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y candidata a doctora en Educación.