”Afortunadamente el endometrio es chismoso y nos avisó”…
En todo el mundo, octubre es el “Mes de Sensibilización del Cáncer de Mama”, con la intención de provocar mayor atención de hombres y mujeres sobre el tema, para lograr una mayor concientización que pueda marcar la diferencia entre una detección temprana y un tratamiento oportuno que te salve la vida a ti, a mí, a cualquier persona.
Cuando el cáncer de mama se detecta en una etapa temprana, las posibilidades de curación son elevadas; si se detecta tardíamente es raro que se pueda ofrecer un tratamiento curativo, por más duro que esto suene.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), fomenta programas integrales de lucha contra el cáncer de mama; insiste sobre la prevención y detección oportunas con base en la autoexploración y mastografía; siempre hay que estar pendientes de las señales de nuestro cuerpo, escuharlo y atenderlo.
Hoy comenzaré por compartir una historia que ojalá pueda servir de aliciente para muchas personas, no sólo mujeres, también hombres, que sepan que muchas veces cuando se lucha, se gana, aunque el panorama luzca desolador, no hay que dejar vencerse por la adversidad; mientras haya vida hay razones para luchar. Hoy tengo el bien más preciado de este mundo: la vida misma.
Los diagnósticos fueron: Cáncer de endometrio, cáncer de mama y cáncer de páncreas (posible síndrome de Lynch, un padecimiento que provoca varios cánceres, pueden ser 5, 6 o hasta 8), el cual por fortuna quedó descartado. Sigo vivita y dando lata.
Me enteré por Whatsapp
Cuando supe del Whatsapp y comencé a usarlo, me pareció genial, en días se convirtió en una gran herramienta muy útil para mi trabajo, además de significar un gran ahorro en costos de celular; jamás me imaginé que me enteraría por una App que tenía cáncer; la modernidad y una aplicación fueron los mensajeros para uno de los peores mensajes recibidos en mi vida.
Cuando has tocado fondo y crees que no hay más, todavía hay más, en ese viaje al infierno y en el tortuoso regreso, pero todo pasa en algún momento, antes o después pero pasa. Ahora lo sé.
Era miércoles, 28 de mayo de 2014, venía manejando, salía de una reunión de trabajo por la noche. Nunca voy a olvidar la canción que sonaba en la radio Wake Me Up Avicii, Aloe Blacc, que habla de una niña –y al parecer su hermana– que no caben en el pueblo donde viven, que se sienten diferentes, que son ajenas; así me sentía yo en ese momento y así me sentí durante días, como si lo que pasara no tuviera que ver conmigo.
Como dijera mi cirujano: “Afortunadamente el endometrio es chismoso y nos avisó”… todo empezó por sangrados inusuales entre un par de menstruaciones, algo extraño, una alarma que por fortuna escuché; siempre fui la mujer más exacta, mensualmente hablando. No pasaron ni dos meses para que acudiera al médico, ahora sé que fue lo más acertado que pude haber hecho, no esperar, escuchar las alertas del cuerpo y acudir por ayuda profesional; creo que esto me salvó la vida.
Fui a una cita con el ginecólogo un día, al día siguiente me practicaron un ultrasonido; ahí se vio que tenía miomas y un crecimiento anormal de endometrio, por lo que procedió una biopsia de endometrio, esto en un lapso no mayor a una semana, las alarmas de mi cuerpo pasaron a ser mi prioridad.
El resultado de patología tardaría unos días, estaba pendiente de que me dijera el doctor el resultado de la biopsia de endometrio, ese miércoles le insistía al ginecólogo y él me decía: el patólogo está encontrando algo que no le gusta; él seguramente ya sabía pero no me quería decir por teléfono, ni por mensajería instantánea y me insistía en que fuera a su consultorio.
Ese fue el primero de los cánceres a los que me enfrenté, porque no fue uno, sino tres cánceres al mismo tiempo: de endometrio, de mama y de páncreas, con la posibilidad de encontrar más. Era como si de repente fuera la protagonista de una horrible película de terror y de noche, sin poder ver una luz en el camino inmediato.
Mi primera reacción no fue llorar, fue como si mi vida y mis emociones se hubieran quedado congeladas, atoradas, trabadas en una parte de la vida, en alguna dimensión desconocida.
Pasé unos días informándome, tratando de digerir el diagnóstico de adenocarcinoma endometrioide EIA (cáncer de endometrio), que me había dejado como atontada, era como si no pudiera reaccionar emocionalmente, sabía que tenía que someterme a una cirugía (histerectomía radical, adiós matriz, adiós ovarios), nunca imaginé que serían dos cánceres más y seis cirugías en menos de un mes.
Era como si no te pudieras conectar con el mundo y con lo que te rodea. Me recordaba esas películas en donde el personaje está muerto pero sigue entre los vivos, pero nadie lo escucha y él les habla a todos, y es el último en enterarse de que ya no es parte de ese mundo, algo así fueron esos días, en donde te dan el diagnóstico y te resistes a creerlo, a aceptarlo; es como una desconexión virtual, física y emocional.
Mi instinto me dijo que tenía que buscar ver otro médico, consultar otra opinión, pedir de nuevo el análisis patológico, querer creer que no eres tú, que se equivocaron, que a lo mejor la segunda opinión será diferente y uffff regresarás al mundo de los seres vivientes y sanos, porque en se momento estaba literalmente en el mundo de los zombies.
Pensé en afrontarlo sola, no decirle nada a nadie, ni a mi esposo, ni a mi familia, ni a mis amigos; creía que así sería más fácil, más llevadero, ¡que equivocada estaba!, ahora sé, lo he constatado en carne propia y en primera persona, que una parte fundamental del tratamiento de un paciente con cáncer, sea uno o varios, es el amor de los que te rodean, de los que te aprecian de verdad y de los que permanecerán cerca de ti, de los que se acercarán más y de otros que gratamente te sorprenderán.
Me di cuenta de que el dolor que sentía era en el alma y en el corazón, porque físicamente no sentía nada; siempre creí ser una mujer lo suficientemente fuerte para afrontar la adversidad; siempre he sido de convicciones firmes, nada fácil de convencer, práctica, resolutiva, pero ante la magnitud de algo como el cáncer, algo que no podía controlar, me sentía tan vulnerable, tan indefensa, como la mismísima muñeca fea buscando un rincón para llorar.
Y eso que creí haber pasado ya lo más terrible que me podría haber sucedido en la vida: la muerte de mi padre hace 27 años y la casi muerte de mi esposo, alrededor de un año y medio antes, comparado con esto, aquello que en su momento me pareció terrible, ahora parecía un día de campo.
Y además sola. Mi esposo no se encontraba en el país, y si los planes seguían en marcha, no regresaría hasta cuatro meses después, no tenía ni idea de cómo cambiaría mi vida, de las adversidades que tendría que vencer, de lo que tendría que sufrir, de las lágrimas que me iba a tener que tragar y tampoco imaginé los ríos de llanto que final y afortunadamente sí derramé, y de lo que la vida me enseñaría a revalorar: a las personas más cercanas, a las no tan cercanas que te brindan su apoyo incondicional y esas muy grandes –y a la vez pequeñas– cosas de la vida.
El despertar y estar viva, ahora hasta eso es importante; despertar ver el sol que sale todos los días, por lo menos en México, tal vez no en Finlandia, ni en Suecia, ni en Noruega o la URSS, pero sí por fortuna en México; poder caminar, sentir el aire de la calle, oler los árboles, ver el cielo, el anochecer, el atardecer, ser parte de este mundo…
Paloma Ruiz. Comunicóloga por la UNAM, con especialidad en Marketing por la Universidad de Berkeley. Ha combinado a lo largo de su vida profesional el análisis político en diversos medios de comunicación nacionales e internacionales, con el diseño de estrategias de comunicación y las relaciones públicas. Amante del mar y el buceo.