Todas las universitarias estamos expuestas a la violencia de género.
En el mundo académico, la 5ª ley del poder, que versa “casi todo depende de su prestigio; defiéndalo a muerte”, de Greene y Elffers, es de la mayor observancia para el desarrollo de la trayectoria cuando se es estudiante, y de la carrera cuando se es docente, pero sus reglas están diferenciadas de acuerdo a los géneros, y no es novedad decir que, como todos los espacios jerárquicos, los varones tienen -de momento- mayores espacios en la toma de decisiones y defienden su territorio.
La Universidad es uno de los espacios en los que he encontrado un ambiente propicio para llegar a establecer relaciones igualitarias entre los géneros, pero no está exenta de disparidad y prácticas que pueden obstaculizar el desempeño de las mujeres. Lo escuché por primera vez con el nombre de currículum oculto que corre por cada una de las reacciones y mensajes que las y los profesores dan en el aula con su lenguaje corporal o abiertamente mediante comentarios sueltos o “bromas”. Es más común de lo que parece y es una de las consultas frecuentes que recibimos en sesiones de mentoría.
Pensemos en una profesora o profesor de secundaria, por ejemplo de álgebra, uno de mis tópicos preferidos de matemáticas. Puedo decir por experiencia que cuesta lo doble establecer el prestigio como una estudiante capaz de resolver problemas, si se es mujer. El caso típico es que se escribe una ecuación en el pizarrón y se da un tiempo para resolverla, y cuando se solicita la respuesta correcta, el profesor mira a los estudiantes varones para que se la den. Es un pequeño gesto, sutil, pero repetido durante años en miles de aulas. Tiene hasta una escena clásica, que se ha convertido en meme, en una de las películas de Harry Potter, cuando Hermione Granger alza la mano lo más que puede y el desesperante profesor Snape la ignora, como si no existiera.
La descalificación puede permanecer oculta detrás de una “felicitación” por un trabajo bien hecho: profesoras y profesores de todo el mundo han devuelto un escrito con una buena nota, con un comentario como “me asombró positivamente”. El mensaje es claro, la calificación no es para personas como tú, no se lo merecen las mujeres, o también tiene su versión clasista. En cualquier caso es descalificador.
Los docentes varones con una estructura más frágil en su identidad masculina suelen ser más agresivos, y para establecer las reglas públicas del salón de clase pueden abrir su curso con un “chiste” sexista. La carcajada de los varones y de la chicas que no ven en ello la violencia de género, es como un balazo de salida en la carrera de quién es el estudiante que puede contar también un “chiste” orientado a la desvalorización de las mujeres. Ese ambiente sexista puede llegar a limitar la participación efectiva en clase.
El ambiente hostil puede partir de los compañeros de clase. Alguna vez una brillante alumna de ingeniería vino a verme y me explicó que tenía un compañero de equipo que abiertamente atacaba su prestigio. La joven es muy bella y su colega, en comentarios públicos, atribuyó el éxito en la materia justamente a eso y una supuesta cercanía con el profesor. No era extraño que ella tuviera éxito académico, su madre y padre eran ingenieros, y sus tíos también; desde que nació era su hábitat. Lo negativo del asunto es que cuando se declara la guerra en esos términos, son difíciles las batallas.
El máximo rango de esta violencia sexista en las aulas, es por supuesto el acoso sexual que puede ser del docente o de los compañeros de clase. Para la mayoría de las universidades de México éste sigue siendo una asignatura pendiente. Es necesario que se establezcan protocolos de atención a víctimas y sanciones ejemplares en lo reglamentos, así como seguimientos claros y transparentes a fin de que no se permitan que puedan ser usados como un arma política, como debe de hacerse con todas las otras faltas sancionadas en los reglamentos universitarios.
Quisiera terminar esta columna con un consejo, como si hoy hubieran pasado a mi cubículo en asesoría. Todas las universitarias estamos expuestas a esta violencia de género. Dependiendo de la universidad en la que estemos, el ambiente es menos o más agresivo. Todos estos años tuve mejores resultados en cuanto a frenar las bromas, los comentarios sexistas y las agresiones. Lo hice de manera clara, pero medida, diría astuta. Varones a los que les marqué el límite ahora son colegas con los que me llevo bien. Sin duda, la más genial fue a un hombre mayor que me asediaba con su coqueteos. Lo cuento para que comiencen el día con una sonrisa: un día lo tomé del brazo y con una alegre conversación personal le dije que sus bromas me resultaban simpáticas, que para mí tenían el efecto del Esplenda, “como nos lo dices a todas, sabemos que no puede ser cierto”.
Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.