Parece que en México la paz se perdió en los últimos 30 años.
Asistí a la ceremonia de premiación de los Nelson Awards que se entregaron por primera vez en México y al menos dos de los proyectos ganadores fueron de jóvenes que trabajaron en comunidades marginales de los cinturones de miseria de la Ciudad de México, y en áreas rurales pobres del Estado de México, por ser ayer el día de la paz.
Master Peace, quien los otorga, tiene un enfoque interesante en la educación para la paz y concuerdo totalmente con ellos: la paz significa distintas cosas para cada país. En Bélgica hasta hace unos años, significaba reunirse a conmemorar el día de la Liberación, cuando los aliados terminaron con la II Guerra Mundial; pero las condiciones en que vivieron por varias generaciones los migrantes de Medio Oriente y la radicalización de grupos religiosos en todo el mundo, llevaron la amenaza terrorista a su capital, así que ahora para ellos como para los ingleses, franceses y otros países europeos, la paz es un problema mayor porque pasa por serios problemas de seguridad nacional.
En México la paz se perdió en los últimos 30 años: los de mi generación recuerdan cómo jugábamos sin problema en las calles de nuestras ciudades. Crecimos con la libertad que daban nuestras comunidades de vecinos. Mi niñez transcurrió en un suburbio de la ciudad, un fraccionamiento pedido entre alfalfares y milpas en el Edomex. Ahora es una entidad violentísima, con una policía corrupta, con un índice de feminicidios sólo comparables con Ciudad Juárez.
Acapulco, Tijuana, Cuernavaca, Tampico, Ciudad Victoria, Monterrey… todas fueron perdiendo la paz que las hacía entrañables, por el ascenso del crimen organizado, de la mano de los políticos profesionales de todos los colores, y posible por el crecimiento desmesurado de la pobreza, la exclusión y el escandaloso incremento de la disparidad social.
Educar para la paz significa quitarle el piso al narcotráfico y a los políticos corruptos. No lo puede hacer sólo la Universidad; pero sin la Universidad no se puede. Debemos partir de los valores éticos que nos permitían un tejido social estrecho cuando éramos niños. También desde una ciudadanía que tenga una consciencia de los otros como parte fundamental de su contrato social.
Por eso educar para la paz no es cualquier cosa, se trata de formar a los futuros líderes desde la responsabilidad social. Tomando en cuenta además que vamos a nadar a contracorriente porque los señores del dinero, los del poder y los de las drogas han generalizado la cultura del “lujo” y la ostentación, como el centro mismo de todas las aspiraciones.
Formar personas íntegras es poner el énfasis en el ser y aprender a vivir con los otros sin exclusión. La idea del éxito en un puesto, un salario, un carro y los kilómetros acumulados por vuelos, es la derivada del consumo y del bombardeo de la publicidad que nos hace “necesitar”. Esclarecer estos mecanismos es clave para imaginar nuevas rutas para la vida.
Mis alumnos y alumnas aprendieron a respetar a los otros trabajando en comunidades rurales pequeñitas, donde las escuelas tienen a lo máximo 120 estudiantes en todos sus grados. Encontraron que trabajar en proyectos solidarios los enriquecía y no les importa dormir sobre colchonetas o comer poco. Porque el espejo de los otros nos permite mejorarnos a nosotros mismos. Por eso estuvieron entre los ganadores de los Nelson Awards. Trabajan duro para ofrecer opciones a comunidades desfavorecidas o vulnerables, y con eso construyen la paz.
Con los años volveremos a tener las calles tranquilas y jugar “bote pateado” dejará de ser una utopía, sólo gracias a lo que hagamos hoy contra los violentos, desde la educación, porque en las escuelas podemos formar a los nuevos Nelson Mandela.