Con la combinación texto más imagen, se educa hoy.
Ni el más plantado de mis colegas puede sostener que educar a la generación del milenio, que hoy llega a la Universidad, es fácil. Es necesario reinventarnos y como lo indican las leyes de la seducción, elegir lo mejor de nuestra personalidad para conservar un eje y que todo lo demás pueda girar, y hacerlo incluso con una buena velocidad.
No estoy de acuerdo con los vanguardistas que señalan que el tsunami tecnológico hará inoperantes a las universidades y sus aulas. Pero es cierto que los recursos que antes servían como una buena oratoria, leer mucho, control de grupo, ahora son insuficientes y tienen un cierto aroma a rancio.
Experiencias cotidianas como el control remoto, el giro hacia los consumos de videos desde plataformas abiertas, la televisión restringida, a lo que se suma la disponibilidad de dispositivos móviles, así como la pérdida de atractivo de las metas a largo plazo, hacen que las sesiones deban ser muy veloces y con cierto grado de autonomía en la construcción del conocimiento. Pero desde hace un lustro cuando comenzamos con el aprendizaje móvil, nos dimos cuenta de que los alumnos también deseaban la experiencia tradicional.
Hay varias razones para añorar el esquema de la cátedra: en positivo se aprecia que el profesor con toda su experiencia y los libros que ha leído explique a profundidad los temas del programa, se reconoce su autoridad moral y su valor como quien encabeza la generación de conocimiento; pero también puede ser por razones negativas: en el esquema tradicional el alumnado es más pasivo que en un esquema constructivista.
La brecha tecnológica ocasiona uno de los quiebres más importantes con los millennials, ya que están constantemente conectados con el mundo a través de los dispositivos móviles para obtener información que raramente es académica, a menos que nosotros mismos lo generemos en el diseño de nuestras sesiones. Casi siempre ellos están un paso adelante, lo que nos reta a los profesores y profesoras caminar aceleradamente por los cursos de tecnología educativa y nuevos esquemas educativos como son los MOOCs (cursos masivos abiertos en línea).
Otra de las oposiciones que enfrentamos para educar a jóvenes de hoy es su poca capacidad para discriminar la calidad de la información, así que una buena parte de nuestra responsabilidad es enseñarles a preferir aquella que tenga la calidad universitaria que requerimos. La tecnología anterior, el libro, por su naturaleza de producción y por la clara diferencia entre los best seller y los libros académicos, permitía que a las bibliotecas universitarias llegara información relevante. Ahora con acceso amplio a internet la selectividad está en las bibliotecas virtuales y las bases de artículos y papers, el problema es que están en medio de toda la demás información y no es el primer recurso de búsqueda de los estudiantes, aunque sería el más sencillo.
Finalmente la ecuación más sencilla de resolver, si queremos cambiar, es recordar que desde generaciones anteriores, nacidas en los 80, las tecnologías propiciaron un consumo de imagen y color. Los medios de comunicación dejaron de ser palabra y se convirtieron mucho más en una combinación de texto e imagen. El éxito de plataformas de distribución gratuita de videos, sólo ponen en evidencia un fenómeno antiguo: el de la imagen y el video. La universidad virtual tenía un sueño, multiplicar las cátedras registrando con cámaras lo que el profesor tiene que decir, pero hay una gran distancia entre una conferencia de más de 20 minutos con una explicación de estadística, donde el profesor es “estático” en su comunicación y simplemente escribe en un pizarrón diferente (blanco) y los éxitos de los youtubers, el gran reto es hacer nuestras propias producciones educativas con herramientas fáciles y de bajo costo.
Estoy convencida de que no viene ningún tsunami tecnológico, pero ¡qué fuertes están las olas!