La posibilidad de un Trump en la Casa Blanca no parece imposible.
A poco más de 70 días de las elecciones presidenciales (8 de noviembre), las campañas han tomado un giro inesperado —dentro de lo “inesperado” que puede ser la campaña más inusual en la historia reciente de Estados Unidos–. Y nada menos que las minorías se han convertido en el punto principal de contención entre los candidatos de los dos partidos principales.
Desde su primer e improvisado discurso, en el que Donald Trump anunció su candidatura (junio, 2015), los inmigrantes indocumentados tomaron un papel predominante en su insospechado éxito. Trump dijo que el gobierno de México era más listo que el de EUA y ya que no se ocupaba de sacar adelante a su propia gente, mejor la mandaba al “otro lado”, a donde llegaban los peores violadores y narcotraficantes. Para su propia sorpresa, Trump descubrió que su arrebatada retórica funcionaba muy bien para el formato de “sound bites” que favorece la televisión (pequeños clips de audio extraídos de un declaración más larga), y la inesperada aceptación que sus palabras tuvieron entre un sector importante de la población lo llevó —empresario al fin— a decidir que esa postura “vendía” bien y la radicalizó. De sobra está decir que al hacerlo aumentaron proporcionalmente sus adeptos.
Pero una cosa es lo que se dice cuando se está tratando de ganar a los segmentos más recalcitrantes de un partido, cuando apenas se pelea la candidatura al mismo, y otra lo que se dice cuando lo que está en juego es la presidencia misma. Seguros ya como candidatos, lo común es moderar el tono para ir tras los segmentos más moderados, los independientes e indecisos. Así que aunque parecería típico de su errática conducta, el giro que intentó darle últimamente Trump a su discurso estaba aun dentro de lo que se esperaría de cualquier candidato. Sin embargo, los intentos de Trump por ganarse a los hispanos (sin cuyos votos jamás llegará a la Casa Blanca), le estallaron en la cara.
Trump llegó al extremo de pedir disculpas por sus comentarios ofensivos y prometió presentar un plan de inmigración en el que de una manera cautelosa se analizaría caso por caso a cada migrante. En una reunión con seguidores hispanos, Trump reconoció que “es un gran problema el que haya 11 millones de indocumentados. Deportarlos no es posible ni humano”. Trump adelantó que su plan garantizaría el estatus legal; que no los haría ciudadanos, pero les autorizaría a seguir en EUA sin ser deportados. Además anunció la creación de un “Consejo Nacional Hispano de Asesoramiento”.
Lo terrible del caso es que al mencionar en un rally en Nueva Hampshire que había mucha gente valiosa entre los hispanos indocumentados, los seguidores de Trump lo abuchearon. Esto llevó a que inmediatamente su nueva jefa de campaña, Kellyanne Conway, tratara de matizar las palabras de Trump y él mismo se desdijera. De hecho, la conferencia de prensa donde presentaría su nuevo plan de inmigración anunciada para el jueves 25 de agosto, fue cancelada. A partir de ahí, Trump desistió en su intento por moderar su discurso anti-inmigrante.
El mismo viernes anunció la creación de un sistema de vigilancia encargado impedir que ningún inmigrante permanezca más tiempo del permitido por su visa. Además, prometió que lo primero que haría al llegar a la Casa Blanca sería deportar a todos los inmigrantes ilegales con record criminal (cuidándose de no especificar qué haría con los que no lo tengan). También reafirmó su promesa de construir un gran muro en la frontera con México. La ambigüedad con la que ahora está manejando la migración se conoce en la política de Estados Unidos como un discurso de “silbato de perro” (aludiendo al tono que sólo pueden escuchar los canes y no los humanos). Es decir, Trump está usando un lenguaje en clave con la esperanza de que los hispanos puedan entrever que su postura ante las deportaciones no los incluirá a todos, sino sólo a los “criminales”, por ejemplo. La idea es que sus seguidores escuchen lo mismo que los atrajo al empresario desde un principio.
Con todos estos bandazos sería de esperarse que la distancia entre Trump y su rival Demócrata, Hilary Clinton, se siguiera incrementando, pero en lugar de eso, está disminuyendo. Después de las convenciones, la distancia era de casi 7 puntos; ahora, un sondeo realizado por Reuters/Ipsos (25 de agosto), la distancia ahora es de poco más de 5 puntos. La explicación a esto tiene que ver más con la información que sigue saliendo acerca de cómo Hilary utilizó su puesto como Secretaria de Estado para conseguir millones de dólares de gobiernos cuestionables como el de Arabia Saudita para la Fundación Clinton. Pero de esto hablaremos en mayor detalle en otra columna. Lo importante es saber que a poco más de 70 días de las elecciones, la posibilidad de un Trump en la Casa Blanca no parece imposible. Habrá que ver cómo se desempeñan ambos candidatos en los siempre decisivos debates televisivos en los próximos días.