La Iglesia Catòlica lucha por tener el poder de señalar la virtud del pecado.
Era junio del 2005 en Madrid y tratábamos de abrirnos paso entre una multitud de manifestantes que gritaban consignas contra los matrimonios gay, algunos de los manifestantes no ocultaban su ira. A causa de la marcha, mi mamá y yo no pudimos llegar a tiempo al Teatro de la Ópera a una función de danza. Al día siguiente supimos que habían sido 180 mil los manifestantes, entre ellos 20 obispos de la Iglesia Católica.
Yo llevaba casi un año viviendo en Madrid y hasta ese momento me parecía una sociedad bastante progresista, pero el debate del matrimonio del mismo sexo en el Congreso de los Diputados había despertado lo más rancio y recalcitrante del conservadurismo español.
En aquélla marcha del “Foro Español de la Familia”, se manifestaron los jerarcas católicos, muy enojados ellos, e indignados se empezaron a mostrar este año en México los altos jerarcas de la Iglesia Católica, desde que el presidente Enrique Peña Nieto presentó su iniciativa para otorgar a las parejas del mismo sexo el derecho a contraer matrimonio en todo el país.
El obispo de Toluca, Monseñor Francisco Javier Chavolla, dijo en una entrevista que las relaciones homosexuales son “un desorden moral o pecado objetivamente grave”, y así se dio una andanada de declaraciones condenatorias.
¿De dónde viene esa indignación de los jerarcas de la Iglesia –tanto en España en 2005 como en México en 2016- y porqué están inmiscuyéndose en temas del ámbito público, como son los derechos de los homosexuales?
En el fondo de ésta indignación hay un profundo temor a perder su poder, sí, el poder de decirle a los fieles cuál es la diferencia entre lo “virtuoso” y lo “pecaminoso” y, sobre todo, incidir en los criterios y el comportamiento de millones de personas, en un terreno tan íntimo y personal como el de la sexualidad.
Y en México, cada vez sienten más minado ese poder, en particular a partir del 12 de junio, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación, emitió jurisprudencia en la que declaró inconstitucionales los códigos civiles de los estados donde el matrimonio se entiende únicamente como la unión entre una mujer y un hombre, con la finalidad de la procreación.
Los magistrados los declararon inconstitucionales, porque esos códigos discriminaban a los matrimonios entre personas del mismo sexo.
Ahora el alto clero se niega a perder ese poder de decirle a la gente que los matrimonios entre homosexuales son una “aberración”. En España el clero español sigue lanzando mordaces críticas a estos matrimonios, sin embargo este matrimonio es legal en ese país desde el 3 de julio del 2005 y en los primeros 10 años de la ley se casaron 31 mil 600 parejas.
En el 2013 el papa Francisco dio un ejemplo de civilidad a todo el clero al afirmar que “Dios en la creación nos ha hecho libres” y “no es posible una injerencia espiritual en la vida personal”, refiriéndose a los insistentes comentarios del alto clero, sobre la población homosexual.
Es evidente que la Iglesia Católica en México seguirá dando la batalla para no perder el poder de decirle a los fieles qué es “virtuoso” y qué “pecaminoso”. Pero los grupos LGBTTTI y todos los que los apoyan seguirán defendiendo sus derechos.
Entre las memorias de aquél verano del 2005 en Madrid, cuando hacía prácticas en EFE Radio, prevalece el recuerdo del representante de gays y lesbianas del partido popular, el más conservador del país, cuando llegó emocionado al registro civil para hacer los trámites y poder casarse con su pareja. Aquí como allá, no hay vuelta atrás.