El turismo sexual para mujeres de la tercera edad está en Puerto Vallarta.
Carol apoya su cerveza en la mesa y me mira fijamente, como con rencor, como con miedo, como con ganas de llorar. “Creo que es mi última vez en México”. Sus palabras caen como espadas y su mandíbula se mantiene firme.
Carol es una mujer canadiense retirada que le dedicó más de 40 años de trabajo a una farmacéutica transnacional, y desde que ‘colgó la bata’ -como ella dice- decidió viajar. Susan, su mejor amiga, le recomendó Puerto Vallarta como el paraíso para los jubilados. Susan también le habló de los hermosos nativos y de sus virtudes en la cama. Buen sexo y poca paga.
Carol me confiesa que a sus 75 años, y después de dos divorcios, lo único que quiere es sexo. Sexo casual, consensuado, pero con hombres jóvenes y potentes. Hace 7 años viene a Puerto Vallarta y la pasa sensacional con sus “amiguitos” y se siente halagada con tanta zalamería de parte de los acompañantes en turno. “Pude haber ido a Cuba o a Brasil, pero México me queda más cerca y me siento como en casa”, me dice, mientras pide otra cerveza y un tequila “derecho”.
Ahora está muy desilusionada porque Mauricio -su amante en turno-, de quien ya se había enamorado, resultó que se acuesta también con Susan y con Laurie y con muchas más. Ingenuamente pensó que con ayudarle a pagar las letras del coche-taxi, con pagarle algunas multas y ayudarle a celebrar el bautizo de su hijo, ya era de ella. No le importa si es casado, pues ella sólo viene en invierno y lo puede ver tres o cuatro días a la semana… pero que la engañe con otras mujeres viejas de su edad, eso no.
El turismo sexual para mujeres de la tercera edad ha crecido considerablemente en los últimos años en el área de la Bahía de Banderas, específicamente en Puerto Vallarta. Los muchachos locales dicen a pecho abierto: “Vieja con dinero, yo la vi primero”.
Puerto Vallarta tiene poco más de dos décadas de ser considerada una ‘ciudad gay friendly’ y visitada por mexicanos y extranjeros. Hoy día, presenta ésta nueva opción, que cada vez es mejor vista por los lugareños y que en los años 70 fue el gran boom en las playas de Acapulco. Las gringas buscando lancheros. A diferencia de aquellos, los jóvenes vallartenses son chicos bien cuidados, de gimnasio, de buenos modales y bilingües. Justo lo que las señoras buscan. El hijo de una amiga tiene 20 años y me cuenta cínicamente que tiene una “ruca” de 60 en Atlanta que le manda sus dolaritos cada mes y puntualmente y él se los gasta con las “morrillas” de su edad. Total, ella ni cuenta se da.
Los hoteles ya no hacen lío si ven llegar a una mujer madura con un hombre más joven. Eso sí, no se hacen responsables de algún incidente, como robos o violencia física. Las mujeres como Carol, prefieren entonces rentar un departamento o un condominio donde nadie las pueda juzgar.
Mientras Carol me sigue contando su historia, la cual escucho como un murmullo a lo lejos, viene a mi mente la película británica The best exotic Marigold Hotel (El exótico Hotel Marigold 2011 de John Madden) y recuerdo que la idea que presenta este film de gente retirada a sus 65/80, es la de encontrar la paz y la tranquilidad a donde quiera que vayan. La película está ambientada en la India, donde los protagonistas descubren que hay otros mundos, otras historias y otros modos de vida. La actriz principal: Judi Dench, logra encontrar un trabajito sencillo por ahí, y al final de su vida, conoce a un hombre de su edad, con el que seguramente podría pasar sus últimos encuentros amorosos contenta.
No es la misma idea de retiro ni de vejez que tienen Carol y sus amigas.
No niego que una mujer de cualquier edad y con independencia y fluidez económica, puede hacer lo que se le dé la gana y comprar lo que le guste. Hasta el amor. Lo que sí creo es que ella confundió la horchata con la chía y se enamoró. Se vale también.
Enamorarse a los 75 como una quinceañera, no está nada mal ni es incorrecto, la diferencia es que a aquella edad, la recuperación era más rápida y las posibilidades de encontrar otro clavo se daban con mayor facilidad.
Mi nueva amiga, a quien conocí esa tarde de manera casual y que, sin pedírselo, se “abrió de capa” conmigo, me da un largo abrazo, y no puede evitar sollozar en mis brazos. Yo no puedo más que sentir una sincera ternura por ella y le deseo buena suerte a dondequiera que vaya.
La veo alejarse caminando con dificultad por el efecto de las cervezas y los tequilas, mientras allá a lo lejos el sol se pone y el atardecer cae en el Malecón del puerto.
Para mi tú eres muy joven,
pues yo soy mayor que tú
Si te digo que me gustas,
que te quiero y si te asustas,
mejor no te hablo de amor.
Recuerdo de inmediato aquella canción de Juan Gabriel con María Victoria y me voy tarareándola.