La inflación permanente ha lacerado el poder adquisitivo de los venezolanos.
Caminando una tarde por las calles de Caracas, me llamó la atención un letrero afuera de un negocio de muebles para baño: "se remata todo, cerramos el viernes". El negocio de junto tenía un anuncio igual… y todos los de esa acera. El gobierno chavista había decidido cerrarlos todos para construir un edificio de viviendas de interés social. Era agosto del 2012.
El dueño de uno de esos negocios, un hombre de origen libanés, me dijo: “Así es. A los del gobierno les gusta un negocio y te lo quitan sin más, se lo apropian… mi abogado está tratando de que me paguen lo justo”. La angustia y el enojo eran evidentes en su mirada.
Para entonces, la práctica de cerrar negocios para nacionalizarlos o transformarlos en otra cosa. Era común. El entonces presidente Hugo Chávez, había nacionalizado las fábricas ladrilleras, eléctricas, las cementeras, las siderúrgicas; nacionalizó hasta la producción de oro, quedando a deber fortunas a los dueños de esos negocios.
Los resultados de esas nacionalizaciones fueron desastrosos para la economía venezolana. Esas empresas se iban a la quiebra meses o años después, en parte porque ponían a dirigirlas a personas que no conocían las entrañas del sector y eran incapaces de lograr que siguieran generando utilidades.
Así me lo narró el economista venezolano, Alfredo Keller, en una entrevista a las 7:30 de la mañana. La hora se me quedó grabada. Me sorprendió lo temprano que empiezan la actividad en Caracas. El calor es tan intenso, que todo el mundo está activo desde las 5, antes de que el calor apabullante haga su aparición.
Esas nacionalizaciones que llevaron a la quiebra a decenas de empresas explican, en parte, por qué Venezuela dejó de producir productos básicos como el papel de baño o la pasta de dientes, y ahora tienen que importarlo de países vecinos. Así ocurre, aunque el presidente Nicolás Maduro, se lo achaca a los empresarios “traidores” a Venezuela.
El asunto se complicó, porque con la caída en los precios del petróleo no tienen suficiente capital para mantener el ritmo de importación. Y de allí la terrible escasez en decenas de supermercados y tiendas, a lo largo y ancho del país. De allí las filas interminables para conseguir un paquete de harina pan, esencial para hacer las arepas, el alimento base de la dieta venezolana, o un paquete de huevo, o de pan.
El panorama es muy duro. La inflación permanente ha lacerado el poder adquisitivo de los venezolanos. Los resultados de esta insoportable situación, así como los altos índices de delincuencia, llevaron a la gente a participar en las multitudinarias manifestaciones del 2014, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo.
En esos días, alrededor de 42 personas murieron. Hubo 500 heridos y mil 854 detenidos.
En los últimos meses se multiplican las noticias de saqueos en Ciudad Bolívar, en Táchira, así como de bandas armadas que atacan los camiones que llevan harina pan, pasta, huevo. Las cosas se están saliendo de control: el pasado mes de junio un policía fue acusado de matar a una mujer a tiros en Táchira ¿Su delito? Robar comida para sus hijos.
Mientras tanto, en el Palacio de Miraflores, los asesores de Maduro tratan de entender qué está fallando en las medidas económicas que anunciaron en febrero de este año para corregir la situación. Una de ellas es la reestructuración del sistema de venta y distribución de alimentos, que hasta la fecha no ha dado resultado.