Viven arriba de mi departamento
Para quienes afirman que el amor para toda la vida ya no existe, les tengo una noticia: estoy por cumplir 30 años de vivir en el mismo edificio. Un par de años después de que ocupé el departamento que me dejaran mis padres como una especie de herencia en vida, uno de los departamentos ubicado un piso arriba del mío, fue adquirido por algún miembro de una pareja que vienen a encontrarse por las tardes entre dos y tres veces por semana.
Frecuentemente ella llega primero. Todos nos enteramos que se trata de la vecina del 402, porque desde siempre ha sido amante de usar tacones altos, que emiten un sonoro ruido que se escucha en todo el edificio. Unos minutos después sube el señor con paso discreto, sin hacer aspavientos. A diferencia de ella que no saluda a nadie que encuentre a su paso, pareciera ser que él busca no ser descubierto por nadie, pero sí se topa con algún condómino, saluda con extrema cordialidad.
A veces, por curiosidad, asomo a través de la mirilla de la puerta para ver a la espigada, bien vestida y mal encarada amante de la que ignoro su nombre y el de su amante, porque está claro que son amantes y no esposos. Unos amantes a los que contadas veces he escuchado discutir y muy frecuentemente conversar sobre temas de oficina, donde seguro se conocieron. El hombre tiene aspecto de ser un empresario y ella supongo que ha sido su fiel asistente.
Imagino que al inicio de su relación debió ser muy tortuoso encontrarse de prisa, ansiosos, deseosos de ir a la cama para amarse con frenesí y un par de horas después despedirse para repetir el ritual un par de veces más entre semana y cada uno volver con sus respectivas parejas con las que contrajeron nupcias años atrás.
Los imagino cada fin de semana anhelando que llegue el lunes para repetir el ritual de encontrarse y que eso le imprime excitación por el hecho de considerarse o saberse adúlteros. Supongo que no rompen con sus respectivas parejas porque por alguna razón les conviene mantenerse unidos a ellas. Tal vez sea el estatus social, el qué dirá la familia o el interés económico. O simplemente porque si estuvieran siempre juntos, su relación habría terminado. A saber.
¿Por qué me atrevo a decir que son amantes más allá de lo evidente? Resulta que una tarde que me encontraba caminando por el pasillo central de un centro comercial al sur de la ciudad, sorpresivamente encontré a la mujer tomada del brazo de un hombre y haciéndose acompañar de tres jóvenes que a leguas se notaba que eran los hijos de ambos por el parecido físico. La mujer se perturbó tanto que casi la sentí temblar, temerosa de que la saludara o la denunciara frente al marido, y que éste la cuestionara de dónde me conocía.
Aunque para mí fue un encuentro divertido y no me inspiró ni saludarla ni evidenciarla frente al esposo y los hijos, ella debió quedar llena de dudas y miedos. Seguro por eso tomó la decisión de no volverme a dirigir la palabra, aunque fuese en las escaleras del edificio donde la he encontrado infinidad de veces, para no verse comprometida a explicar nada si vuelvo a encontrarla acompañada de su familia.
En fin, bien por los amantes del 402 que se han esmerado en que persista el deseo de volverse a encontrar todas las veces que les sean posibles, en ese nido de amor que sin duda permanecerá para todas sus vidas.
Gerardo Guiza Lemus
Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM, consejero sexual y autor de los libros: Masculinidades, las facetas del hombre (traducido también al alemán), En el pecado está la penitencia, La historia no convenida, Artilugios, Quizás no entendí, Tus estelas en mi espacio, y Como la flor del amaranto.