Dios quiera…
“Quiero que James sea gay. Sé que no depende de mí, pero si pudiera elegir, lo haría gay, condenadamente gay, felizmente gay, todo lo gay que no pude ser yo. No es improbable que lo sea. En mi familia no son infrecuentes los genes alegres. Abundan. A veces se esconden, a veces irrumpen con insolencia, pero están por todos lados. O sea que James, con suerte, saldrá gay. Dios quiera. Sería lindo tener un hijo muy gay”.
No me interesa pasar sobre los prejuicios de mi sociedad, la alta e hipócrita burguesía que me rodea. Poco me interesa que mi esposa me eche de mi casa, me despoje y me exprima el dinero que me sobra. Me parece poco “olvidar” aquel amorío de años que tuve con un argentino y que pensaba que aseguraba mi homosexualidad.
Y por si fuera poco, me resulta irrelevante que mi mamá, totalmente afincada y dependiente de las decisiones de sus sacerdotes del Opus Dei y mis hermanos retrógrados (más mi mujer), se opongan rotundamente.
Yo la quiero. Deseo estar con ella. Tiene 20 años, pero seguramente la madurez que muchas desearían tener. Se dejó embarazar de mí. Un cincuentón asqueroso que no hace más que depender de pastillas para poder dormir. Sé que con ella quiero tener al James Jr. No me interesa si es mujer o es hombre: se llamará James.
Primer párrafo y argumento de El niño terrible y la escritora maldita, del peruano Jaime Bayly. Qué mejor punto de partida que el Día del Orgullo gay en México, como para comenzar a leerlo. Suena gordo y a muchas páginas, pero después de empezarlo, ¡no podrá parar de leerlo!