“El sistema educativo está obsoleto. Son chavos tan involucrados con la tecnología y las redes sociales que un pizarrón, un gis o un dictado, no basta para impartir una materia…
Aún sin nacer, sin conocer el rostro de su mamá, ya puede concebir la sensación de la yerba verde. Nace y ya experimenta un llanto de abstinencia por no tener cerca el olor de la mariguana, al que estuvo habituado durante siete meses de gestación.
Los niños ya no quieren ser niños. Anhelan descubrir lo prohibido a más temprana edad. La tecnología ha rebasado a la manera de educar a los posibles consumidores. Y el narcomenudeo está a la vuelta de la esquina.
Algunos de los más grandecitos –los de secundaria– se inquietan por tener sexo, sentir un virtual amor por Facebook, fumarse un tabaco o un churro. Y digo algunos, porque Jesús la probó en el útero de su madre.
Gabi imparte clases de Historia en dos secundarias públicas de la colonia Agrícola Oriental, en la Ciudad de México. Expresa que le gusta el acercamiento con los jóvenes, saber sus inquietudes e intereses, pero también le genera tristeza ver que la escuela no llena sus expectativas:
“El sistema educativo está obsoleto. Son chavos tan involucrados con la tecnología y las redes sociales que un pizarrón, un gis o un dictado, no basta para impartir una materia… necesitas mostrarles algo que les llame más la atención”.
Pero no fue así el caso de Jesús. Él es el hijo de Gabi. Tiene 14 años de edad, cursa la secundaria y le apasionan los cortometrajes. Antes de su nacimiento, él ya conocía el olor de la mariguana porque su madre nunca dejó de consumirla, ni aún embarazada.
El hijo “no planeado” de Gabi, a quien dio a luz a los 22 años, nació prematuro. Su primera cuna fue una incubadora. Ahí permaneció durante 40 días por problemas en las vías respiratorias. “Se ponía muy mal. Una vez ya casi no contábamos con el bebé. Es ahí cuando dije: ‘sí pasa algo’, es una plantita, es natural, pero no te debe de controlar”, relata.
Ya con el bebé en brazos, la maestra Gabriela Valencia Espinoza recuerda la manera en que lloraba: “Seguía fumando. Estaba el bebé chiquito y vivíamos en un cuartito donde la fumábamos. A veces le encargaba el niño a mi mamá y le entraba un llanto como de abstinencia. Quería olerla. Se había acostumbrado a estar oliéndola. Mi mamá me dijo que el niño de alguna manera se hizo adicto”.
Gabi es partidaria de lo que llama “educar con libertad”: educar y enseñarles las consecuencias y los riesgos que corren al consumir sustancias. Porque al prohibirles no se ha logrado nada, genera violencia. A muchos niños los han expulsado de la escuela por llevarla o consumirla. Y por eso dejan sus estudios, en lugar de que haya una canalización y no un anexo. Me llamó la atención que el rector de la UNAM dijo que no con esto se iban a volver adictos más jóvenes. Yo sí estoy de acuerdo en que la legalicen.
A los 13 años, Jesús tuvo el acercamiento directo y consciente con el cannabis, en el desierto de San Luis Potosí, en un viaje de amigos de su mamá, donde la consumió y fumó con el consentimiento de Gabi. “Yo le dije: quiero que conozcas, que no es malo. Prefiero que lo hayas hecho conmigo que con otras personas que ni te iban a explicar lo que es y en circunstancias que te pusieran mal o en riesgo. No lo vi que se enganchara. Él está muy interesado en las películas de arte; la situación de la mariguana no le suena tanto”.
Gabriela declara que fumar hierba le ha permitido entender más a sus alumnos. Asegura que en algún momento supo que fumaron afuera de la escuela y, en lugar de reportarlos, les pedía que no ingresaran así al plantel porque los podían “cachar y tener problemas, o cuando la fuman en los baños, con un hitter, que no lo hagan porque los pueden correr”.
La profesora, como responsable de la educación de muchos adolescentes y agradecida por tener un hijo de la misma edad, enfrenta una peculiar visión de docente y madre girando en torno a su propia vivencia con la cannabis.
–Si tuvieras la oportunidad de dársela a probar a los alumnos, ¿se la darías?
“Sí, pero con la supervisión de un mayor, de sus padres. Les diría: ‘está esto, si lo consumes este va a ser el efecto’. Se pudiera hacer un taller con los padres, que ellos pudieran estar al tanto. Para que cuando en algún momento ellos decidan consumirla que sea con el pleno conocimiento de lo que están haciendo. Varía mucho el contexto. Debiera de haber espacios donde los chavos pudieran estar pintando, componiendo música, escribiendo. Yo siento que es un medio, que puede haber canales para expresarse, para abrir esa creatividad. Crearles conciencia de que en la escuela no lo deben de hacer. Yo siempre he creído que no estoy adoctrinando a expertos en historia, que no voy a formar antropólogos, únicamente estoy formando a un ser humano”.
–¿Qué pasaría si las madres de tus alumnos se enteraran de que la maestra consume mariguana?
“Van y se quejan con la directora –afirma entre risas–. No me ha pasado. Ya cuando termina mi jornada de trabajo, es cuando fumo. Con los alumnos hay que ser muy sutiles y también en algún momento ganártelos. ¡Qué bueno sería que educáramos a todos estos niños de 13-14 años. Porque no nada más es legalízala, fúmensela y ya. Es la educación que hay detrás. Donde realmente se debe de trabajar es desde las escuelas, en los programas de estudios se ve muy poco sobre el tema, no hay más allá. La veo como una situación más cultural, el estigma que hay del mariguano, que son gente mala. No satanizarlo. A mi hijo le sirvió mucho la experiencia de ir al desierto. Vernos que no éramos delincuentes, que la fumábamos, que no estábamos haciendo nada malo, que todos nos tratábamos con mucho respeto”.
La mujer, mamá, profesora y fumadora define a la mariguana como “una planta que te permite una introspección, conocerte a ti mismo, que permite desarrollar tu creatividad. Es socializadora, en algún momento. Siento que es como una adicción psicológica que te genera, no tanto física, sino más bien el bienestar que produce en el momento. Yo la he dejado de consumir hasta un año y sin problema”.
Como madre se cataloga con la capacidad de levantarse, vivir el momento, disfrutarlo y seguir adelante. Su motor es su hijo: “Soy muy abierta con mi hijo, pero todavía conservo esa parte de autoridad con él. A lo mejor hay temor a que te critiquen tus hijos o seguir manteniendo el yugo, pero ellos sí entienden. Son muy inteligentes. A mí lo que me funcionó con mi hijo fue abrirme con él, contarle mi vivencia. A veces hablarle de igual. Ése sería el consejo. Hace falta mucha educación respecto al consumo de la mariguana”.
cagf